Por Sebastián Soto, desde Boston Diciembre 30, 2014

Sorprende saber que hace siglos la comparecencia de animales ante tribunales era común. En 1522, por ejemplo, un grupo de ratas fue acusado y juzgado por haber destruido una cosecha en Francia (léalo googleando “143 UPenn. L.R. 1889 (1995)”). Como ese, hay otra serie de casos en la Edad Media, donde animales “comparecen” ante tribunales acusados de asesinato o daños. La llegada de la Ilustración terminó de una vez con estos juicios... pero hoy nos vuelven a sorprender.

Hace algunos días un tribunal argentino acogió un recurso de amparo en favor de la orangután Sandra. Decían los demandantes que su permanencia en el zoológico era un “confinamiento injustificado de un animal de probada capacidad cognitiva”. El tribunal optó por calificarla como un sujeto de derecho en su calidad de “sujeto no humano”. Y como tal exigió que fuera trasladada a un lugar donde pudiera residir en régimen de semilibertad.

Debates judiciales como este se están empezando a repetir. En diciembre, tres jueces en Nueva York argumentaron lo contrario respecto del chimpancé Tommy. Dijeron que la reciprocidad entre derechos y responsabilidades era la base del contrato social. Como él no podía asumir responsabilidad o deber social alguno, no correspondía conferirle el derecho a la libertad que era reconocido a las personas. Por eso, debía seguir bajo cautiverio.

Que el asunto no termine acá es una tercera sorpresa. En Argentina, motivados por el caso de Sandra, se intentará ahora la liberación de una elefante. Y en Nueva York, posiblemente el asunto será decidido por la Corte de Apelaciones sobre la base de que ya antes se ha tratado a animales como sujetos de derecho al permitir que una herencia pueda beneficiarlos.

Todo esto se ampara bajo el movimiento de defensa animal que ha adquirido inusitada fuerza en el último tiempo. Primero la causa se centró en la protección del bienestar animal, esto es, en evitarle un sufrimiento excesivo. Fruto de ello es la prohibición de deportes muy arraigados (como la caza de zorros en Inglaterra) y la rigurosa regulación a que se han sometido los experimentos con animales, su traslado, tratamiento, etc. Pero esta  aspiración, que hoy puede parecer razonable, ha cambiado su foco y ahora muchos reclaman que los animales tienen derechos similares a los de cualquier persona. Es lo que está detrás del concepto de “derechos de los animales”, acuñado de modo masivo a partir de los 80, y que hoy se enseña en al menos 150 escuelas de Derecho en Estados Unidos y Canadá que imparten o han impartido cursos sobre la materia.

También sorprende el uso del lenguaje. De esta forma, más que tomarse los derechos en serio lo que se hace es debilitar un concepto haciéndolo cada vez más ambiguo y relativo.

Igualmente es digno de un análisis sociológico que se ponga tanta atención en el sufrimiento de animales cuando se hace poco por evitar el sufrimiento, por ejemplo, de presos o, mucho más evidente, de niños que están por nacer.

Hace algunos meses, en Valparaíso, tras afirmar que tenemos una “hermandad” con todos los seres vivos, el senador Guido Girardi vaticinó que en pocos años estaremos discutiendo “los lazos indisolubles que nos relacionan con el resto de los seres vivos...”. Al final, lo más sorprendente es no saber en qué terminará todo esto.

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