Por Diego Zúñiga Contreras, desde Bonn Diciembre 23, 2014

Por 15 euros, algo así como 11 mil pesos, cualquier persona puede comprar en la página web de HoGeSa un gorro para protegerse del crudo invierno. La adquisición viene con la inscripción “HoGeSa” en la parte delantera, con unas letras curvas que recuerdan sospechosamente a la cruz gamada nazi. Que nadie se extrañe: “Hooligans gegen Salafisten” (hooligans contra salafistas) es un movimiento surgido a mediados de año en Alemania, fruto de la unión entre grupos de ultraderecha con hinchas de distintos equipos de fútbol. Dicen luchar contra los salafistas, una corriente del Islam que tiene especial fuerza en Renania del Norte-Westfalia, léase Colonia, Düsseldorf y alrededores.

Precisamente en Colonia fue la primera gran demostración de fuerza de HoGeSa. El 26 de octubre reunieron a 4 mil personas que, en su declaración oficial, pretendían expresar su rechazo a la presencia de musulmanes radicales en Alemania, así como al avance del Estado Islámico en Irak y Siria. El resultado: turistas y vecinos huyendo espantados mientras se desataba una lluvia de botellas y piedras. 44 policías resultaron heridos, un vehículo policial destruido y 17 manifestantes detenidos. “La lucha contra el salafismo es una excusa. Lo que buscan es violencia”, dijo entonces Arnold Plickert, portavoz policial colonés.

Desde Berlín, la actividad ultraderechista fue vista con preocupación, pero ni siquiera cuando HoGeSa anunció nuevas protestas la reacción de la Cancillería fue más allá del “monitoreamos la situación, sin pánico”, que dijo uno de los portavoces de la canciller Angela Merkel. Mientras, en Hannover, HoGeSa convocaba a tres mil manifestantes, aunque la impresionante presencia policial evitó que nuevamente se desatara el caos. Si uno se pone a pensar en la estética de HoGeSa y en su ideología subyacente, la violencia y las reivindicaciones de una Alemania para los alemanes puede ser hasta lógica. Pero el surgimiento del grupo “Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente” (Pegida) en Dresden ya terminó de encender las alarmas.

Desde hace dos meses, un grupo de personas se reúne todos los lunes en Dresden para marchar, aduciendo estar hartos del “fanatismo religioso”. Sin usar una estética que retrotraiga a épocas olvidables, exigen “preservar nuestra cultura” y actuar “contra las guerras religiosas en suelo alemán”. Cada tanto aparecen también consignas rechazando la política de asilo alemana, que recibe a miles de personas de países en conflicto. Pegida reunió en diciembre a quince mil personas, entre ellos ancianos, adolescentes y vecinos que uno llamaría “comunes y corrientes”.

El temor a que la crisis económica que sigue azotando a Europa haga resurgir el malestar antiinmigración hizo que la misma canciller Merkel decidiera alzar la voz. “Aunque en Alemania existe libertad de manifestación, no hay espacio para campañas de difamación contra los extranjeros”. Como luz de esperanza, han surgido grupos que han salido a las calles a enfrentar a HoGeSa, Pegida y sus émulos. Sin embargo, el que habló más fuerte fue el ministro de Justicia, el socialdemócrata Heiko Maas: “Es una vergüenza para Alemania que en estas manifestaciones se dé la espalda a los refugiados que acaban de perderlo todo y nos piden ayuda. Es desagradable y detestable”.

Una cosa son los matones ultraderechistas reclamando contra el Islam, y otra una familia criada bajo la estricta lógica alemana del respeto total reclamando contra el Islam. Más aún en un escenario tan sensible como Dresden, ciudad destruida por los bombardeos aliados y convertida, desde entonces, en un ejemplo de resurgimiento y tolerancia. La revista Der Spiegel se preguntaba si “todo esto no significará un retorno a nuestros tiempos más oscuros”, poniendo sobre la mesa un temor latente en este país, siempre azotado por su historia reciente.

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