Por Diciembre 11, 2014

Lo primero que pensé apenas el presidente Sebastián Piñera me llamó para ser embajador en Australia hace cuatro años, fue lo lejos de nosotros que estaba ese país. No se lo dije, claro, además me encantó la idea, nunca había estado ahí, pero sabía de su importancia para Chile. Apenas llegué a mi casa lo  googleé. 12.733 kilómetros separaban a ambos países, según internet.

Con cinco hijos grandes, la decisión fue más fácil. Partimos con Verónica una fría noche de otoño a empaparnos de este nuevo país. Y me fui dando cuenta de que ni siquiera estaba tan lejos, sólo a 12 horas de vuelo, nada tan distinto a otros destinos como Europa. Hasta que lo vi en el mapa: Chile y Australia son países ribereños, uno a cada lado de este gran lago que se llama océano Pacífico.

Como hijo de un país minero, no dejó de sorprenderme cómo los australianos habían resuelto distintos temas de esta industria, de manera eficaz y sustentable. Energía, gestión de aguas, infraestructura, cuántos ámbitos de los que sacar lecciones y cuántos problemas de Chile por los que los australianos ya habían pasado.

En un país donde las retroexcavadoras se fabrican para producir, y en donde no hay complejos en trabajar codo a codo con los privados, Australia nos lleva una ventaja de 30 años en un proceso de modernización que partió a fines de los 70. Siempre con políticas de Estado que no variaron con los gobiernos de turno, con tecnología e innovación, hicieron de esa tierra una gran nación de la que tenemos mucho que aprender.

Cuando aún dirigía ONU Mujeres, de paso por Australia, a la presidenta Michelle Bachelet le preguntaron a qué país le gustaría que Chile se asemejara. En el fondo, su respuesta no me sorprendió: Australia. Hay muchas razones para estar de acuerdo con ella.

Lo que más amo de Australia es su gente. Personas sencillas, respetuosas de los derechos de cada uno y de los demás, pero profundamente responsables al asumir sus obligaciones. Con una sociedad maravillosamente integrada, equilibrada, sin ostentaciones, que se ocupa activamente de sus problemas sin quedarse sólo en los diagnósticos.

En el ámbito familiar, en el mundo de los negocios, la diplomacia o el deporte, el australiano actúa igual: de manera íntegra, uno sabe a qué atenerse. Australia es un país de gente llana, que ha sabido recibir con respeto a los inmigrantes. Es imposible no amar a Australia y no desear que Chile se parezca. Es hora de mirar a Australia, ofrecer y buscar oportunidades con sus empresas y su gente. Chile y Australia tienen una larga relación que va mucho más allá del intercambio económico.

No es casual que el primer Foro de Liderazgo Económico que Australia organiza en Latinoamérica sea en Chile. La inversión australiana en nuestro país se ha más que duplicado en cinco años, existe un muy buen Acuerdo de Doble Tributación  y un Tratado de Libre Comercio que ratifican esa relación. Los vínculos en cooperación minera y educacional están afiatados, y nuevos desafíos en materias ambientales y de energías renovables son parte del futuro en común. Chile y Australia debieran convertirse, mutuamente, en las puertas de entrada de sus respectivas regiones: América Latina, Oceanía y Asia. Espero que muchas de esas nuevas puertas terminen de abrirse en este inédito encuentro de líderes y empresarios.

Manejar por la izquierda fue lo único a lo que nunca me acostumbré de Australia. Sólo un detalle en este amor que, a diferencia de otros, sí quiero compartir con todos.

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