Por Diego Zúñiga Diciembre 11, 2014

“Publicar buenos libros nunca enriqueció enormemente a nadie”, dice con una cierta ironía Roberto Calasso (1941) en su último libro, La marca del editor, y le creemos: Calasso, escritor italiano, presidente y director editorial de la prestigiosa Adelphi -con un catálogo similar al de Anagrama- nos cuenta, en esta recopilación de ensayos y columnas, su vida como editor, sus temores, sus aciertos, sus búsquedas por construir una editorial importante, imprescindible; y desde un comienzo nos habla de los problemas, de la precariedad del oficio. Pero Calasso no se lamenta, no: entiende su trabajo con absoluta lucidez y distancia, lo que se ha traducido en un catálogo impresionante construido desde 1962, cuando se fundó la editorial: Nietzsche, Walser, Nabokov, Borges, Canetti, Bernhard, Simenon, Faulkner, Bolaño y un largo etcétera de autores son los que conforman las colecciones de Adelphi.  De todo eso -y de algunos de los editores más importantes del siglo XX: Giulio Einaudi, Peter Surkhamp, Roger Straus- habla Calasso en La marca del editor (Anagrama), que acaba de llegar a nuestras librerías y que parece tener una contingencia especial: cuando nos dicen que los índices de lectoría son más negativos que nunca, cuando cierran librerías en todo el mundo, cuando las cifras económicas del mercado editorial no son las mejores y cuando algunos insisten en que el futuro está en los e-books, en Latinoamérica -y en Chile- han surgido desde hace un par de años una serie de proyectos editoriales -con ambiciones similares a las de Adelphi- que parecen no asustarse con esas cifras. Para comprobarlo, basta ir a darse una vuelta este fin de semana por el GAM, donde se realiza la octava versión de la Furia del Libro, un encuentro de editoriales independientes que empezó en 2009 y en el que hoy participan más de 100 editoriales chilenas, que publican poesía, narrativa, dramaturgia, cómics y libros ilustrados.

“No carece de fundamento la sensación de que, para dibujar el perfil de una cultura, es importante recorrer su paisaje editorial”, escribe Calasso, y nuestro paisaje editorial, hoy en día, está marcado por el trabajo de varias de estas editoriales independientes, que han descubierto a escritores nuevos, que han reeditado algunos libros fundamentales de nuestra literatura, y que han empezado a apostar por autores extranjeros. Si van al GAM, se podrán encontrar con el último libro de Alejandro Zambra (Facsímil, publicado por Hueders), con una traducción chilena de la genial Antología de Spoon River (Das Kapital) o con Incompetentes (La Pollera Ediciones), la primera y deslumbrante novela de Constanza Gutiérrez (1990), y así podríamos seguir enumerando algunos de los libros más importantes que se han publicado este año en nuestro país.

Sin embargo, también es cierto que falta mucho por hacer: desde pagar derechos de autor hasta mejorar la distribución y, por sobre todo, cuidar más los catálogos. Lo dice Calasso: “Todo verdadero editor compone, sin saberlo o a conciencia,  un único libro formado por todos los libros que publica”. Y siguiendo esa idea, el libro que muchas de estas editoriales están armando es irregular y predecible: falta leer también los proyectos de los pares -chilenos y latinoamericanos-, falta dejar de lado la mezquindad y entender que “independencia” no asegura calidad.

“Verdadero editor es, ante todo, el que tiene la insolencia de pretender que, como principio general, ninguno de sus libros se le caiga de las manos al lector, ya sea por tedio o por un invencible sentimiento de extrañeza”, dice Calasso. Quizá eso debería movernos a todos los que incursionamos en el mundo de la edición. Publicar libros que no se caigan de las manos del lector, libros que perturben y conmuevan, libros rabiosos y necesarios.

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