Por Noviembre 27, 2014

En su décima y última medición de noviembre de 2014, el BrandAssetValuator, la investigación global de marcas y consumidores más reputada del mundo, nos trajo una novedad relevante. La noticia es simple, pero profunda y sensata, ya que se entronca fácilmente con los últimos 30 años de modernización que ha vivido nuestro país. Este año, el segmento psicográfico de los aspiracionales, que viene sistemáticamente creciendo desde el 2007, terminó por convertirse en el grupo humano más grande de Chile, alcanzando un 22% de la población nacional. Más de un quinto de nuestra sociedad comparte sus dinámicas de consumo y estilo de vida.

En términos simples, los aspiracionales son personas externamente orientadas, es decir, altamente sensibles a la opinión de los demás. Para este segmento, la forma es tanto o más importante que el fondo, es decir, un envase atractivo es tan importante como su contenido. Creen que el dinero es una gran medida de su éxito personal y sienten que mientras más tienen, más quieren. Experimentan cotidianamente una marcada orientación hacia el consumo y -aunque cueste decirlo con todas sus letras- son más materialistas que los comunes mortales. A fin de cuentas, su motivación fundamental en la vida es el estatus y el reconocimiento social.

El gobierno de Michelle Bachelet destruye popularidad de forma acelerada porque perdió conexión emocional con este creciente segmento de la sociedad civil. Su nutrido plan de reformas, no los interpreta. Incluso diría que los tiene algo asustados. Los chilenos aspiracionales no están dispuestos a sacrificar sus expectativas de desarrollo económico, su creciente nivel de consumo y estatus social, en pos de una sociedad más igualitaria.

Para ellos es inaceptable sentirse mediocres y dejar de destacar. Han trabajado duro y han hecho muchos sacrificios para mejorar legítimamente su estándar de vida, además de gozar muy profundamente cuando los otros les han reconocido este reciente ascenso social. En cierta medida, los aspiracionales chilenos son obligados amantes del éxito económico y de todo aquello que les garantice una mejor situación de futuro. Por lo mismo, cualquier amenaza a su nuevo estatus, venga de donde venga, será inmediatamente considerado como algo indeseable.

Lo dijo Moisés Naím en su último libro, El fin del poder: “En el siglo XXI, el poder es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder”. Michelle Bachelet llegó fácilmente a La Moneda sin embargo, no le ha sido fácil gobernar y los números indican que mientras más avanza el reloj, más poder pierde. Hasta ahora, el escenario de mediano plazo se vislumbra más bien difuso. Sin embargo, el reciente anuncio de los proyectos de inversión en metro y sistema de transportes, además de la incorporación en el relato de la cuña “cooperación público-privado”, podría significar un cambio de tendencia. La sociedad chilena necesita más señales de este tipo, tanto para que la economía no se siga enfriando, como así también, para que los aspiracionales se vuelvan a conectar con Michelle.

Relacionados