Por Noviembre 20, 2014

En la era digital el valor de bienes como la música, las noticias y las películas que se producen en la industria está mutando. Para muchos, valen cada vez menos. Los productores, distribuidores y consumidores de esos bienes están intentando implementar modelos que se adapten a necesidades y bolsillos diversos. Lo que está claro es que sin internet, nada de esto estaría pasando.

Hace una semana el sello de la artista Taylor Swift, quien le está dando números azules a la industria discográfica con su último disco, decidió sacar de Spotify -el servicio de streaming gratuito y pagado de música- sus nuevas canciones. Desde el sello explicaron que no pueden decepcionar a quienes han pagado por el disco o las canciones en versión digital permitiendo que otros accedan a ellas de manera gratuita. No es la primera vez que Spotify recibe críticas. Músicos de géneros y mundos diversos como Thom Yorke o Marc Ribot han hecho sus descargos contra este servicio, ya sea por la mala calidad de sonido que ofrece, así como la escasa transparencia en los pagos que reciben los músicos por distribuir sus canciones. Hace unos días, Ribot, un nombre importante del jazz actual, escribió en el New York Times “si el streaming es el futuro, despídanse de géneros como el jazz”. Otros como Bono, después de las pifias que recibió al meterle a la fuerza el nuevo disco de U2 a millones de usuarios de Apple, si bien apoyó a Spotify por ofrecer un servicio útil para los músicos, demandó más transparencia en los pagos a sellos y artistas.

Desde hace años, la tesis de la industria discográfica -principalmente de los grandes sellos- es que internet mató su negocio. Si bien hay algo de cierto en esa afirmación, los datos muestran que no todo es blanco y negro. La descarga ilegal de música afectó los números de la industria y los contratos que los músicos tienen con los sellos, también la industria no se adaptó a una serie de cambios. Desde la muerte del CD, pasando por la baja disposición a pagar de los consumidores por un bien que pueden obtener gratis o a precios menores a través de servicios de streaming.

Los grandes sellos están ganando menos plata por culpa de internet y el streaming los está salvando porque servicios como Spotify les paga a ellos bastante más que a los músicos; pero la industria es mucho más que los grandes sellos. Para los músicos hoy es más barato grabar y distribuir sus canciones en comparación con la era análoga. Además, plataformas como Facebook o Twitter se han convertido en una herramienta importante para el marketing de sus obras. Si bien es necesario transparentar y definir los valores que servicios como Spotify pagan a los músicos, al menos el debate ya empezó. En el ámbito de la distribución han aparecido nuevos actores más allá de los cuatro o cinco grandes sellos multinacionales con una variada oferta. Desde sellos que funcionan sólo en internet, hasta pequeñas compañías que distribuyen música en formatos análogos como el vinilo. Para los consumidores con internet es más fácil acceder a la música, así como involucrarse en comunidades a través de blogs, foros o sitios web para socializar en torno a ella.

Hace rato internet está ofreciendo nuevos escenarios para la producción, distribución y consumo de música. Sobre el impacto y permanencia de estos cambios todavía hay más dudas que certezas. La discusión sobre Spotify al menos da cuenta que no hay un modelo único para armar o escuchar música, sino varios modelos que están apareciendo en función de las necesidades de los actores que conforman esta industria: músicos, sellos y consumidores. Independiente de la tecnología y la disposición a pagar, la música todavía tiene un valor central en nuestras vidas.

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