Por Camilo Escalona, presidente del Instituto Igualdad Noviembre 6, 2014

Las ideas del socialismo fueron puestas a prueba muy severamente cuando hace 25 años, con la caída del Muro de Berlín, en el corazón de Europa, se desplomó un sistema de organización estatal autodefinido como “socialismo real”. Funcionaba en base al pleno control estatal de la economía y su planificación estrictamente centralizada,  a la existencia de un partido único en el  poder y a la proscripción del pluralismo ideológico-cultural. Un sistema que se identificaba con la idea del socialismo o, al menos, con una etapa de tránsito sometida a restricciones en el camino hacia un nuevo tipo de sociedad que fuese posteriormente la utopía de hombres y mujeres libres e iguales.

Tal modelo, adoptado desde la muerte de Lenin y la instauración del estalinismo por el movimiento comunista internacional, naufragó irremisiblemente. Desde mi punto de vista fue por tres razones fundamentales. En primer lugar, la ausencia de democracia ante el dictamen autoritario del partido único devenido en una estructura burocrática aferrada represivamente al poder.

En segundo lugar, a la ineficiencia económica, sólo capaz de dar respuesta en tiempos de guerra, como lo demostró la economía soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Sin crítica, libre y pública, los jerarcas de la planificación centralizada se transformaron en burócratas apelmazados capaces de falsear datos y demostrar progreso donde no lo había, que se autotorgaban privilegios de consumo y riqueza inaccesibles al conjunto subordinado y sumiso de la población.

Finalmente, la ignorancia del pluralismo y la diversidad resecaron la vida cultural e hicieron imposible el debate de ideas, y empujaron a las naciones involucradas en ese sistema opresivo hacia la apatía e indiferencia de sus habitantes, cuestión que paradojalmente evolucionó hacia un incontenible movimiento reformista que terminó colapsando a aquellas estructuras obsoletas, burocráticas y autoritarias.

En resumen, atrapado en su propia lógica, el comunismo no tuvo ninguna capacidad de contener los cambios y transformaciones que emergieron desde su propio seno, como La Perestroika en la Unión Soviética y la economía socialista de mercado, en la República Popular China. A las postre, el sistema de dominación estatal del socialismo real se desplomó como un castillo de naipes. Tales sociedades burocráticas autoritarias fueron el fruto y la herencia que hoy resulta evidente de aquellas estructuras opresivas de las que habían surgido, es decir, de esos  siglos terribles del odioso sistema monárquico ruso, así como de las secuelas de la brutalidad de la dominación del nazi- fascismo alemán sobre el Este europeo.

Estas terribles experiencias engendraron sus contrarios, crueles dictaduras instaladas en nombre del pueblo. Pero el socialismo sobrevivió. En cuanto fuerza política y corriente de pensamiento fue capaz de sobreponerse para llegar a gobernar la mayor parte de Europa, y en otros continentes demostró capacidad de  constituir alianzas en un sinnúmero de países en que la sociedad civil, a través de sólidas mayorías ciudadanas, lo volvieron a respaldar para dirigir el Estado de muchas naciones sobre la base que el derrumbe del sistema comunista no constituía ni aval ni legitimidad para la instauración de otro tipo de dictadura: la del capitalismo salvaje que, por la vía de la exclusión y la desigualdad, llegaba también al desconocimiento de los derechos sociales y de las libertades de mayorías sociales relegadas a obedecer y someterse a indignas condiciones de vida.

En mi paso por la ex RDA y los países del socialismo real pude apreciar que, no obstante las estructuras autoritarias, se anidaba en el corazón de cada una de esas personas un ansia de libertad,  que a la postre fue capaz de prevalecer. 

Viví en la ex RDA desde 1978 hasta 1981, pero prácticamente no residí ahí, ya que formaba parte de la estructura de la directiva clandestina del PS que dirigió primero Carlos Altamirano y después Clodomiro Almeyda, y por ello, me dediqué a recorrer Europa con el fin de reclutar a cientos de jóvenes socialistas. Con ellos, iniciamos la operación retorno del socialismo que comenzó a inicios del año 82 con mi regreso clandestino a Chile.

Por estas tareas políticas que se me encomendaron no estudié ni trabajé en el Berlín de entonces, si no que me dediqué cien por ciento al trabajo político, con el propósito de ayudar a reestablecer la democracia en Chile.  

De los tres años que viví en Berlín no debo haber estado ningún mes continuo, ya que debía partir a países de Europa y también de América Latina para formar una estructura clandestina que fuese capaz de reorganizar el PS.

Ahora mis recuerdos de mi estadía en la ex RDA no son grises, como los muestran todos los estereotipos. Quizás por la cercanía con la Alemania Federal, su calidad de vida era considerablemente mejor que la del resto de los otros países socialistas de la Europa del Este. En la Alemania Democrática había supermercados, la capacidad de consumo era alta, había muchas áreas verdes y parques, muchas construcciones, y en sus calles prevalecía una cultura alemana de disciplina y de organización. Lo que sí faltaba era la libertad.

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