Por Pablo Marín Octubre 16, 2014

Si La amargura del general Yen no despierta evocación alguna en el lector, es por buenas razones. La estrenaron hace 81 años y su protagonista, la indomable Barbara Stanwyck (1907-1990), no debe figurar en su lista de favoritos. Sin embargo hoy, a diferencia de ayer, y sobre todo de anteayer, este título puede tocar su puerta. Cruzarse inadvertidamente en el camino de cualquiera y hacer estragos en el cinéfago inadvertido.

Me explico. Hasta los primeros años del nuevo siglo, muchos textos sobre el cine y su historia aludían a una multitud de películas que el lector podía conseguir sólo tras variados sacrificios, o que derechamente debía imaginar, dada su (presunta) condición de inencontrables. De ahí la impresión que producen, por ejemplo, esos cortos y largos mudos que empezaron a poblar YouTube, las tiendas virtuales y las listas de torrents hacia fines de la década pasada. Entre muchas posibilidades,  se hizo factible ir recorriendo filmografías particulares.   

Y así va marcando su territorio el fan de nicho, el aficionado incombustible. Actualmente, insumo hay para alimentar ad nauseam el apetito más rebuscado. Ahí reaparece La amargura… (The bitter tea of General Yen, 1933), cinta de Frank Capra estrenada en los años salvajes del Hollywood previo a las restricciones del Código Hays, contra todo cine que “rebaje el nivel moral de los espectadores” o bien los conduzca “a tomar partido por el crimen, el mal, el pecado”.

Antes del inicio de ese código, en 1934, hubo en efecto más alcohol, drogas, violencia y sexo de lo que habría en las tres décadas siguientes de la industria. Y al mismo tiempo se estaban definiendo los criterios con que el relato clásico seguiría su curso tras el triunfo del cine sonoro. Los directores debían plantearse cómo ocupar el espacio de la representación y cómo crear ritmo a partir de personajes cuya identidad está contenida en diálogos y parlamentos filosos y acelerados.

Y Capra, más que nada recordado por películas solemnes y/o bien pensantes (Caballero sin espada, Qué bello es vivir), sorprende con las notables cintas que llegó a hacer, que deben sumarse a las que en igual tiempo hacía gente como Leo McCarey, Gregory LaCava y otros retratistas sociales hoy poco requeridos. Tremendas películas, más allá de lo raras o relamidas que nos parezcan. En la ya mencionada, donde una misionera cristiana a punto de casarse le busca la bondad a un señor chino de la guerra, se prueba la inventiva visual en el armado de las escenas y un discurso particularmente “incorrecto” sobre China y sus habitantes.

También se prueban las dotes de Stanwyck, que algunos conocimos bien mayorcita (actuó en Dinastía, por ejemplo) y cuya tierna juventud supimos admirar. En el rol de misionera, por ejemplo, pero también como party girl que ejerce una prostitución que rehúsa decir su nombre en Ladies of leisure (1930). Uno y otro caso están incluidos en un pack digital publicado por Sony y el canal TCM: cinco filmes pre-código de Capra. Si es cierto lo que dice el crítico Serge Toubiana, que “hoy la obra viene a ti más de lo que tú vas a ella”, entonces algo en  esta línea puede hacerse para producir el encuentro.

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