Por Octubre 16, 2014

Hay escritores velocistas que con ligereza digna de Usain Bolt se instalan en el podio. Pensemos en Rulfo, por ejemplo. Luego de Pedro Páramo ¿quién necesita más para poner a su autor en el medallero de todos los tiempos? Los hay fondistas en cambio que siguen en incansable carrera. César Aira debería recibir pronto una medalla olímpica en esta categoría.

Sin embargo, hay autores de carrera todavía más larga cuyo universo sigue revelándose después de su muerte. A esta escasísima fauna pertenece José Donoso. A casi diez años de su fallecimiento (1996), este escritor no termina de sorprender a sus lectores. No me refiero al hecho que se hayan publicado póstumamente El Mocho, en la que se encontraba trabajando cuando murió, y Lagartija sin cola, que apareció años después. Pero éste es un fenómeno al que la industria cultural ya nos tiene acostumbrados.

La primera gran señal de lo que quedaba por descubrir llegó el año 2009 de la mano de su hija. La publicación de ese extraordinario libro de Pilar Donoso, Correr el tupido velo, asombró incluso a sus más cercanos. Basada en diarios y cartas, Pilar relata su historia familiar con descarnado aliento. Como si se tratara de una película expresionista, la realidad aparece envuelta en sombras que la desfiguran, arrojando su verdad más abismal. Todos entendimos entonces que el archivo de José Donoso era más que el registro de la memoria del escritor, era también su contra-obra.

 Sus papeles -repartidos en la Universidad Iowa hasta el año 1967 y en Princeton lo demás- podrían catalogarse en dos periodos bien distintos que no guardan relación con su ubicación. Hasta 1973 encontramos un Donoso que, empeñado en construir una obra, registra incansablemente esos afanes de frente y de perfil. Sus diarios se vuelven una suerte de selfie de su proceso creativo. El autor se cuestiona y critica a sí mismo, habla de y con sus personajes. Jorge Carrión recordó en Twitter que para Hemingway lo indispensable en el estudio de un escritor es la papelera. Los diarios de Donoso en esta primera etapa son el papelero de alguien que sufría del síndrome de Diógenes porque conserva hasta las más mínimas exploraciones,lo que permite conocer con profundidad inusitada su itinerario escritural.

En agosto de 1973 sobreviene un cambio radical. “Vuelvo a emprender un diario, más amplio quizás que los anteriores, más íntimo. Probablemente -y así lo quisiera- mostrándome más completo que en los diarios anteriores(…) No niego que leer la biografía de Virginia Woolf  escrita por su sobrino Quentin Bell a partir de sus diarios, me impulsa a abrir aquí  para que después que haya muerto -un pensamiento que cada día, ahora veo con más naturalidad y con más terror- el verdadero José Donoso, el que no cupo en las novelas, el que no recogieron los artículos ni entrevistas, ni quizás alguna “memoria” no perezca y quizás mi hija, o un sobrino -¿Claudia? ¿Martín?- o un amigo más joven ¿José Ramón Monreal? (…)se dignen hacerme resucitar”.

Eso ha empezado a ocurrir. Para el próximo año se anuncia la publicación de los primeros cuadernos. Entre quienes se asomen a su lectura es probable que haya quienes busquen el morbo de un sujeto que estuvo dispuesto a internarse en el peso de la noche. O bien habrá quienes con fines académicos se dispongan a desentrañar los vericuetos de su escritura. Me temo que ambas miradas pueden caer en un reduccionismo. Lo mejor será dejar atrás todo prejuicio y sólo seguir el empecinado y sobrecogedor intento de José Donoso por hacer calzar su vida con su sombra.

Relacionados