Por Evelyn Erlij Septiembre 25, 2014

Las noticias de estos días parecen ecos de una gran pesadilla: bombardeos a Siria e Irak, decapitaciones a ciudadanos inocentes, ofensivas contra el Estado Islámico y paranoia por el riesgo de atentados terroristas. Thomas Hobbes escribió en el siglo XVII que una guerra no es sólo una lucha armada, también es un lapso de tiempo en el que la voluntad de entrar en combate es ampliamente conocida. Tomando esa definición, hoy vivimos una guerra; un conflicto de retórica salvaje y de estrategias visuales macabras. Un combate que, también, podría resumirse como el enfrentamiento entre el ejército más poderoso del mundo, con el servicio de inteligencia más omnipresente del planeta, contra 30 mil fanáticos religiosos que defienden sus creencias a sablazos y que transportan su armamento en furgonetas. El error más grande sería subestimar el poder de ISIS, pero hay algo detrás de esta historia que suena a guión de los Hermanos Marx.

El martes pasado, el servicio antiterrorista de Francia -en alerta máxima estos días- armó un enorme operativo para detener a tres yihadistas que debían aterrizar en Orly, procedentes de Turquía. Lo que siguió fue una pésima comedia de equivocaciones: la mala coordinación entre los servicios de inteligencia de ambos países terminó con los tres islamistas paseando por Marsella sin que nadie les preguntara nada. Igual que el barbero judío de Chaplin cuando, vestido como el gran dictador, se pasea entre un tropel de nazis emocionados. ¿Cómo es posible que, a ratos, la realidad parezca horriblemente más absurda que la ficción?

Stanley Kubrick se hizo esta misma pregunta hace medio siglo, cuando quiso escribir un drama sobre un posible holocausto nuclear durante la Guerra Fría, y terminó filmando la comedia más negra de la historia. Hacia 1962, año en que el mundo estuvo a poco de estallar tras la crisis de los misiles, el cineasta comenzó a planear una película en la cual volcar su preocupación por los riesgos de una aniquilación total de la raza humana. “Estaba interesado en si iba o no a ser volado por una bomba de hidrógeno antes de filmar Lolita”, afirmó Kubrick por entonces. Leyó más de 70 libros sobre la guerra atómica, hasta que llegó a sus manos Two Hours to Doom (1958), de Peter George, un thriller serio sobre el potencial apocalipsis que desatarían aviones militares en descontrol. El problema fue que cada vez que Kubrick escribía una escena, le salía graciosa. “¿Cómo diablos podría el presidente (de Estados Unidos) decirle al primer ministro ruso que derribara sus propios aviones? Sonaba ridículo”, pensó el director.

Frente a una realidad tan horrenda -lo único que frenó el anhelo suicida de las superpotencias fue el miedo a la “destrucción mutua asegurada”, resumida en inglés con la sigla MAD (loco)-, Kubrick entendió que la única forma de acercarse a ella para criticarla era a través de lo que llamó una “comedia pesadillesca”. El resultado fue Dr. Strangelove o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba (1964), un filme donde eligió de protagonistas a los que, por entonces, jugaban con la vida del planeta como en una partida de póquer: el presidente de Estados Unidos, el primer ministro soviético, altos miembros del ejército, la armada y la diplomacia mundial, y un perverso ex científico nazi.

El desastre comienza cuando el demente general Jack D. Ripper ordena aniquilar la Unión Soviética porque cree que los rusos están envenenando los “valiosos fluidos corporales” de sus compatriotas a través de la fluorización del agua. Kubrick no quiso rodeos: al final del filme, y después de que el espectador ha reído hasta las lágrimas, el mundo explota en pantalla.

Pero ¿qué tiene que ver el apocalipsis de Kubrick con en el  contexto político actual? “La sátira en las películas parece estar hoy muerta, reemplazada por la sátira diaria de lo real. Vivimos en un mundo de total y absoluta locura”, escribió en el Huffington Post Barry Levinson, director de películas como Buenos días, Vietnam y Wag the dog, afirmando que el contexto desquiciado de Dr. Strangelove no está muy lejos de la realidad de hoy.

“A Kubrick, como satírico, le preocupaba revelar la locura y la estupidez humana a través de lo burlesco”, apuntó en 1964 el escritor Loudon Wainwright, quien confesó en la revista Life que no supo si llorar o reír cuando vio el filme. Y ese sentimiento no está muy lejos del que podría sentir un espectador ante el absurdo de las noticias que hoy hablan sobre enemigos terribles que nadie puede ni quiere comprender; sobre grupos radicales y Estados poderosos que no saben comunicarse de otra forma que no sea a través de decapitaciones bestiales o de lluvias de bombas. 

En medio de ese delirio, el cowboy dichoso que cabalga la bomba de Dr. Strangelove son los medios: “Tenemos expertos diciendo que ésta será una guerra larga, lo que debe emocionar a CNN. Una guerra larga que puede desarrollarse cada noche con un enemigo que actúa para la cámara”, escribe Levinson, quien cita a Mark Twain para denunciar lo insólito del hecho histórico que estamos viendo en las pantallas: “La única diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción debe ser creíble”. Vista a través de la televisión, la realidad ya desbordó los límites de la credibilidad,  y no sólo enla lucha contra ISIS: En Israel (otro Estado que conoce bien el sinsentido de la guerra), la ministra de Salud acaba de echarse encima a los dentistas de su país tras seguir los pasos de Ripper y prohibir la fluorización del agua, ya que “dañaría a embarazadas” y porque “infringe los derechos de los ciudadanos de cuidar sus dientes como les plazca”.

Es en este punto, en este momento, que es urgente recordar la insurrección de Kubrick contra la deshumanización y la irracionalidad de los sistemas de poder. “Haciendo la historia de la ironía y del humor, tendríamos hecha la (historia de la) sensibilidad humana, y, consiguientemente, la del progreso, la de la civilización. La marcha de un pueblo está en la marcha de sus humoristas”, apuntó el escritor español Azorín en 1913. Sería mejor, entonces, marchar detrás de Kubrick antes que el mundo explote en nuestras caras.

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