Por Sebastián Rivas, desde Chicago Septiembre 25, 2014

El video se repetía en las cadenas de noticias y de deportes, mostrando la misma escena de violencia descomunal. En el ascensor, la estrella de fútbol americano Ray Rice discutía con su pareja y le asestaba un puñetazo que la arrojaba inconsciente al suelo. Luego, cuando la puerta se abría, Rice la arrastraba como un bulto. Las imágenes, reveladas el lunes 8 por el portal TMZ, dieron inicio a la que ha sido calificada como la “semana más negra” de la National Football League.

El jueves, otra filtración reveló fotos de un niño de cuatro años con múltiples heridas: era el hijo de Adrian Peterson, uno de los jugadores más famosos y rostro de portada de varios videojuegos sobre la NFL. Aunque Peterson alegó que fue un efecto indeseado al “administrar disciplina”, su equipo, Minnesota Vikings, decidió sacarlo de la cancha el fin de semana siguiente. Igual resolución tomaron los Carolina Panthers con su estrella Greg Hardy, condenado en primera instancia por agredir y amenazar de muerte a su novia. Ray McDonald, en cambio, sí jugó para los San Francisco 49ers, pese a que afronta un proceso por violencia doméstica contra su novia embarazada.

No sólo los hechos han causado indignación. La controversia se ha centrado en la errática respuesta de la NFL, una liga multimillonaria acostumbrada a cuidar hasta el más mínimo detalle, pero que no ha logrado hilvanar una política coherente ante los casos de violencia doméstica. De hecho, aunque la agresión de Ray Rice era un hecho público desde abril de este año, sólo fue sancionado con dos partidos, considerando que no existía una norma que se refiriera a la situación. El máximo jefe de la liga, Roger Goodell, argumentó que la NFL no había tenido acceso al video del ascensor, algo que fue desmentido al día siguiente por un funcionario policial que aseguró haber enviado el registro a la liga.

El tema es sensible para la NFL. Hace 20 años, buena parte del planeta siguió en directo la persecución de la policía a otra estrella del fútbol americano, O.J. Simpson, acusado de matar a su esposa y al amante de ella. Aun cuando Simpson fue declarado inocente en un controvertido juicio, el caso fue el motor para que el entonces senador y hoy vicepresidente Joe Biden impulsara fuertes cambios a la legislación contra violencia doméstica.

Desde ese punto y hasta hoy, la NFL ha hecho amplios esfuerzos por acercar sus figuras a la comunidad y dar una cara amable a un deporte que por definición es duro y violento. De hecho, año tras año los equipos juegan varias semanas vestidos de elementos color rosa, como pulseras o zapatos, algo originado en una asociación con organizaciones que buscan prevenir el cáncer de mama en las mujeres.

Sin embargo, a la liga le ha costado entender que el estándar es cada vez más alto. Los políticos y los patrocinadores lo han mostrado: la cadena de hoteles Raddison suspendió su vínculo con los Vikings hasta que se defina la situación de Peterson, el gobernador de Minnesota pidió públicamente la exclusión definitiva del jugador y el senador Cory Booker presentó un proyecto de ley que apunta a quitar a la NFL su condición de entidad sin fines de lucro y destinar los nuevos impuestos a campañas contra la violencia doméstica.

La indecisión podría costar el cargo a Goodell, cuyo salario con bonos superó el año pasado los 44 millones de dólares. Por ahora, los pasos han sido tímidos. La semana pasada, el jefe de la NFL anunció que Robert Mueller III, ex director del FBI, hará una investigación independiente en el caso de Rice. Pero las críticas sobre la actuación de la liga no cesarán hasta que el cambio se vea en hechos concretos.

El ejemplo de la NFL muestra una realidad que ya está instalada: ya no sólo cuenta cómo se juega el partido dentro de la cancha, sino también fuera de ella.

Relacionados