Por Evelyn Erlij, desde Buenos Aires Septiembre 11, 2014

No hay que ser uno de los que lloraron la muerte de Cerati para ver en Buenos Aires postales que lo recuerdan.  Ahí están el famoso Planetario donde un puñado de parejas se besaron para el video de “Zoom”, o las veredas de la Diagonal Norte que aparecen en el lúgubre clip de “En la ciudad de la furia”. Porque la capital argentina es para los amantes del rock latino lo que Manchester fue para los fanáticos de The Smiths, New Order o Joy Division: si los fans de Morrissey se toman fotos en el 384 de la King’s Road, frente a la puerta que Johnny Marr golpeó en 1982 para ofrecerle armar una banda; en Buenos Aires el tour ceratiano puede llegar hasta el 1931 de la calle Malabia, donde está la peluquería Roho, en la que el músico solía cortar su estilosa melena.

Tras la muerte de Gustavo Cerati, el jueves de la semana pasada, su legión de fanáticos  comenzó a desfilar por las pantallas de una televisión argentina que, después de horas de transmisión especial, no sabía qué más decir. Los reporteros interrumpían el llanto de la gente ,que hizo más de 15 cuadras de fila para asistir al velorio, con la insoportable pregunta del “qué se siente”, mientras los presentadores de noticias promovían hashtags insulsos del tipo #GraciasTotalesAVos, #PoderDecirAdiós o #GustavoNoSeVa. Nadie habló de “drogas”: la culpa era del cigarro y, si es que, de “sustancias tóxicas”. No faltó el que hizo poesía póstuma con extractos de sus letras: “No me voy, me quedo aquí”, “Lo vi venir”, “La espera me agotó”, se leía en un clip, mientras pasaban, en formato de PowerPoint, imágenes del músico. En otro canal y en otro reportaje, un periodista catequizaba a Cerati: “¿Sabés, Gustavo? Dios tiene sus razones”.

En la peregrinación de fanáticos que se veía en directo yendo hacia la Legislatura Porteña, donde se velaron sus restos, lo único que se aprendía era la increíble convergencia de tres generaciones -padres, hijos y nietos- unidas por su música, pero más allá de la cobertura lacrimógena, poco se decía de su importancia, de su trayectoria, de su influencia. Una joven confesaba que entró a estudiar Enfermería cuando el músico sufrió su ACV, y un chileno contaba su aventura para llegar ese día a Buenos Aires. A la popular cadena Crónica TV, en tanto, la noticia no le importaba más que el aniversario de los 18 años de la muerte de la cumbiera Gilda.

Sólo el canal cultural Encuentro y TVP (la televisión pública argentina) hacían periodismo de verdad: allí se contaba que Soda Stereo fue la única banda latina que provocó un fenómeno de locura rocanrolera similar a la beatlemanía; que fue el primer grupo en romper las fronteras de América en la época previrtual, el primero en hacer una gira por el continente, en publicar un CD y utilizar el formato videoclip. En la prensa escrita, Página12 fue el medio que dignificó la cobertura con un ensayo notable sobre la valentía artística de Cerati y su vaivén constante entre el cambio y la permanencia. Lástima que su portada -un espantoso dibujo de Daniel Paz donde el músico corta su cordón umbilical, lo que dio pie a interpretaciones bizarras con respecto a su madre- le haya quitado méritos.

Las dos noches posteriores a su muerte, Buenos Aires tuvo una de sus tormentas más violentas. Ése fue, quizás, el único cambio visible que sufrió la ciudad: en las calles, las cosas seguían igual. En los Premios Gardel a la música argentina, le consagraron varios discursos. La red de subte le dedicó un “Gracias totales” en todos sus letreros. Y la bandera de la Casa Rosada, tal como lo quiso Cristina Fernández al decretar dos días de duelo oficial, estaba a media asta. Los argentinos se habían acostumbrado ya a su ausencia. Desde mayo de 2010, Cerati se convirtió en un recuerdo. En un fantasma que sólo existió en las esperanzas de sus fans.

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