Por Sebastián Cerda, economista Septiembre 11, 2014

Uno de los primeros conceptos que aprende un estudiante en un curso introductorio de macroeconomía es lo nocivo del flagelo de la alta inflación para los hogares que ven reducido el valor de su escaso dinero. Afortunadamente, en Chile, aprendimos esa lección hace varias décadas, y un mix de políticas serias implementadas en lo fiscal y monetario ha permitido al país alcanzar una tasa de inflación baja y estable, sacando este tema del debate público. No obstante, los cambios en educación amenazan con revivir el fantasma de una nueva inflación: la de notas escolares.

Los expertos educacionales han advertido que el uso del ranking de notas como herramienta principal de selección educacional provocará que los colegios cambien las evaluaciones para favorecer a sus alumnos, y que, en paralelo, este nuevo sistema provoque cambios de colegio  en búsqueda de mejores calificaciones, algo que está sucediendo.

Se argumenta que ésta es una buena política pública porque “empareja la cancha” para estudiantes con peores oportunidades que se han visto históricamente condenados a colegios con malos resultados en las pruebas estandarizadas. Para mí, esto revela una inconsistencia básica en la filosofía igualitaria hacia la cual se pretende avanzar en educación. Estoy seguro de que, a nivel de la sala de clase, todos los profesores buscan evaluar a sus alumnos por mérito académico y no por una escala alternativa que ajusta por el diferencial de oportunidades. Creo que la mayor parte de los académicos que he conocido en mi vida se ofendería frente a la simple idea de premiar la nota de un alumno porque éste, a diferencia de sus compañeros, ha crecido en un entorno familiar menos favorecido. Dentro del aula debe reinar la meritocracia y, sin embargo, por alguna extraña razón, lo que parece tan sensato a nivel micro de la sala  no parece serlo tanto a nivel macro del sistema educacional.

La analogía con la otra inflación parece especialmente relevante. Mientras que alzas de precios en un sector de la economía parecen ser una señal de buena demanda por los productos en ese sector; subidas generalizadas de todos los precios son síntomas de problemas en la macroeconomía de un país. De igual manera, mejoras en las calificaciones de un colegio hablan bien sobre el desempeño de dicho establecimiento, pero mejores notas en todos los colegios pueden no ser el reflejo de la calidad de la educación, sino por el contrario, indicios de carencias estructurales que sólo se profundizan. La primera y habitual reacción de la clase política frente a la inflación de costos ha sido siempre culpar al empresariado y sus ganas de lucro excesivo. Por su parte, basta ver lo que ocurre en Venezuela para constatar que la respuesta más común de autoridades populistas frente a alzas sostenidas de precios es tratar de controlarlos y racionar bienes básicos, antes que solucionar los verdaderos desequilibrios monetarios y fiscales que subyacen a ésta. En educación, la sociedad parece encaminarse hacia políticas que, bajo la bandera de las buenas intenciones, nos llevan hacia una inflación de notas. La esperanza es que la sociedad finalmente encare este problema de la misma manera en que se derrotó el flagelo de la inflación de precios, con buenas y sólidas políticas públicas y no combatiendo los altos costos internos como lo hacen los populistas de la región, es decir, con más populismo.

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