Por Andrea Slachevsky, neuróloga Agosto 28, 2014

Desde que en 1968 se estrenó en el cine la primera cinta de El planeta de los simios, adaptación de la novela de Pierre Boulle, se inició una prolífica saga, con ocho películas y una serie de televisión. Quizás una de las razones de su éxito es que, al mostrarnos simios altamente evolucionados, nos interroga sobre lo que nos define como especie. De hecho, en la última entrega de la saga, El planeta de los simios: Confrontación, los mismos simios se cuestionan qué es ser simio. En una de las escenas, en la que el despiadado Koba se enfrenta a César, líder carismático del grupo, Koba repite una frase de César: “Los simios no matan a simios”.  César le responde: “No eres un simio”. Para César, por su violencia, por infringir las reglas del grupo y hacer el mal, Koba no puede ser considerado un simio.  ¿Es aplicable la definición de César para los humanos, la única especie que, como escribe Jacob Bronowski en El ascenso del hombre, “no es una figura en el paisaje: es el modelador del paisaje”?

Los neurocientíficos Daniel Amati y Tim Shallice proponen que los humanos nos diferenciamos de otras especies por al menos 10 capacidades cognitivas,  las “h-capacidades”. Entre ellas está el lenguaje, con su compleja estructura, que va más allá que cualquier sistema de comunicación usado por otros animales. Está también el uso de herramientas, que permiten optimizar y ampliar las capacidades naturales, sobrepasando ampliamente el uso rudimentario de herramientas por monos, como huesos o piedras para romper nueces o palos para atrapar arañas. Amati y Shallice incluyen también el uso de signos y señales, es decir, la capacidad de representar visualmente aspectos de la realidad para un objetivo dado, como una cruz para indicar una dirección; los conceptos dinámicos, cuyo uso nos permite inferir las causas de los acontecimientos y las consecuencias de las acciones; la categorización y organización, sistemas complejos que organizan nuestros conocimientos, por ejemplo, las propiedades de plantas o animales. Y, quizás, la más importante: la planificación anticipada, o la capacidad de dirigir los comportamientos para la obtención de un estado futuro representado explícitamente. Los humanos se pueden fijar objetivos no relacionados directamente a su situación y necesidades actuales. El psicólogo del desarrollo Michael Tomasello mostró que los simios sólo pueden representar un objetivo si cuentan con los medios para alcanzarlo. Los animales no pueden anticipar necesidades o deseos futuros. Por ejemplo, se ha mostrado que los chimpancés sólo recogen piedras para romper nueces con el fin de satisfacer una necesidad actual.

Shallice y Amati propusieron que las “h-capacidades” son posibles porque los humanos adquirieron  la “proyectualidad” abstracta: la capacidad de fijarse objetivos que no dependen de las motivaciones inmediatas y percepciones del presente, sino de una representación abstracta de necesidades futuras. Precisamente, la comparación del cerebro humano con el de los simios, que son los primates más cercanos en la escala evolutiva, muestran que uno de los sellos del cerebro humano es el mayor desarrollo del polo frontal, una región específica del lóbulo frontal que interviene en el monitoreo del cumplimiento de los objetivos de las acciones, capacidad fundamental para el logro de metas a largo plazo.

Pues bien, entre las “h-capacidades” no figura “los hombres no matan a los hombres”. La definición de César no es aplicable a los humanos. Nos guste o no, la realización del bien no define lo humano:  Eichman es tan humano como Gandhi y Mandela.  Los humanos nos diferenciamos por nuestra capacidad de proyectarnos en el futuro. El poeta René Char escribía:  “¿Cómo podríamos vivir sin el futuro por delante?”. Es el futuro que cada uno de nosotros moldea con sus acciones.

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