Por Agosto 28, 2014

Muchos nos hemos preguntado por qué el valor de un auto nuevo puede ser muchísimo mayor que el del mismo modelo “seminuevo”, incluso del mismo año y con escaso kilometraje. Se entiende que haya un descuento, pero no uno que puede llegar a cifras irrisorias. La explicación de este aparente puzle tiene importantes implicancias para el entendimiento de los mercados. Y también para una serie de políticas públicas.

Suponga que usted fuese el vendedor del “seminuevo”. Como usted sabe que su auto está impecable, estará dispuesto a aceptar un precio “justo”. Uno algo menor que el del vehículo cero km. Pero sólo usted sabe lo inmaculada de su joyita. Aunque ésta luzca impecable, los compradores no pueden observar si se trata de un auto “bueno” o de uno “malo”. Muchos incluso se dirán: “si lo vende por algo será”.

Si los compradores pudieran diferenciar, habría un precio para los seminuevos “malos” y otro mayor para los “buenos”. Como no pueden, habrá un solo precio. Una suerte de promedio que  por definición es menor que el precio justo de un auto bueno como el suyo. Ante esta “injusticia” usted  estará tentado a no venderlo. Otros vendedores en su misma situación también. Como los compradores son capaces de anticipar esa reacción, pronto entienden que es más probable toparse con un seminuevo “malo”. Esto castiga aún más el precio promedio y desalienta a más propietarios a ofrecer seminuevos de calidad. Al final primará el precio de los autos “malos” y no habrá mercado para los “buenos”.

La lección es tan simple como potente: en presencia de asimetrías de información, la existencia de un mercado para bienes de buena calidad se ve mermada. Ésta es la magistral contribución del premio nobel de economía George Akerlof. Una cuyas aplicaciones ciertamente van mucho más allá de los autos.

Tomemos nuestro actual debate educacional. Uno en que hablamos harto de gratuidad pero poco de información. De acuerdo al investigador Sergio Urzúa, en 2008, cerca de un 40% de los titulados de educación superior tenían retornos privados negativos de su inversión, existiendo, además, una alta dispersión entre universidades y carreras. Ello denota un serio problema de información que, al igual que en el ejemplo del auto, indujo a una proliferación de universidades y programas de mala calidad.  Estándares estrictos de acreditación que señalen calidad van en la dirección correcta. Pero tanto o más importante resulta profundizar en iniciativas como el portal www.mifuturo.cl introducido por el gobierno en 2011 y que entrega información sobre empleabilidad y sueldos de los egresados por carrera y universidades. 

A nivel escolar, la dificultad de los padres para disponer de información relevante sobre la real calidad de los colegios desincentiva la provisión de educación de excelencia. Y el costo de errar puede ser particularmente alto. Uno puede cambiar de auto pero no tan fácilmente de colegio. Desde la perspectiva de la información, es interesante notar que la no selección de alumnos puede contribuir a mejorarla. Hoy es difícil para los padres identificar qué parte de los resultados proviene de la calidad del colegio y qué otra de la mera selección. Por la misma razón, también hace más complejo tener incentivos adecuados que premien a los directores y profesores de colegio que lo hacen bien.

La información tiene un valor crucial en el aseguramiento de la calidad y la capacidad de elección de los agentes. Un punto a no olvidar en nuestro actual debate.

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