Por Pablo Marín Agosto 28, 2014

Un crítico de cine ve constantemente películas de los tipos y orígenes más diversos. Es su pega y, normalmente, es también lo que le gusta hacer. Pero por muchas películas que vea, pocas veces le tocará enfrentar una como Life itself. En pocos casos verá tanto de su yo profesional proyectado en una pantalla, incluso si no se identifica mayormente con el protagonista.

Life itself (“La vida misma”) es un documental basado en las memorias homónimas de Roger Ebert (1942-2013), uno de los críticos de cine más célebres de todos los tiempos dentro y fuera de EE.UU. Se estrenó en el Festival de Sundance, lo dirige Steve James y el productor ejecutivo es Martin Scorsese, a quien el crítico anunció en 1967 como el próximo gran cineasta americano, aunque casi 20 años después le destrozó El color del dinero. 

Disponible en el sistema VOD de diversas plataformas, la cinta tiene algo de lo que al propio Ebert le gustaba encontrar en el cine: una historia edificante y “buenas personas”. Y en el arranque uno está tentado a pensar que se seguirán los caminos del docurreportaje, con testimonios ensalzatorios sumados a una voz en off que va leyendo pasajes pertinentes del libro ya citado. Pero en homenaje a las complejidades del retratado y a las capacidades del realizador, sin obviar las particulares circunstancias de la realización, el asunto va tomando altura.

Tras la temprana muerte de Gene Siskel, con quien hizo dupla televisiva por más de 20 años, Ebert prometió que no escondería su enfermedad. El primer crítico de cine ganador del Pulitzer y el único con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood fue víctima de un cáncer que terminó dejándolo sin mandíbula. Así fue cómo posó en una portada de Esquire y así es como aparece en varios pasajes del filme: postrado en un hospital, sin poder comer, beber o hablar como el resto del mundo, y sometido a una dolorosa rehabilitación. Pero siguió escribiendo. Para su blog y sus lectores, por un lado, pero también para que un programa transforme a cada momento lo escrito en sonidos y así quede más claro que perdió el habla pero no la voz.

Poco hay de glamoroso pero harto por descubrir en este gordito de lentes que no tuvo formación académica en cine. Que cayó a fondo en el alcoholismo y que vino a casarse a los 50 años. Que no tuvo programa ni sistema para criticar las películas, pero que manejó una pluma privilegiada y creyó, como James Agee en su momento, en la sinceridad respecto al material que tenía al frente (“Enfócate en lo que viste y en cómo te afectó. No finjas”, recomendaba respecto de las películas “difíciles”). Que escribía en primera persona, singular o plural, como quien habla desde la experiencia, individual y colectiva.

Por cierto, su perfil “popular” no  siempre cayó en gracia. Colegas y amigos como Richard Corliss y Jonathan Rosenbaum reprocharon a Siskel & Ebert una extrema simplificación de la crítica, encapsulada en los pulgares arriba o abajo con que la dupla elogiaba o condenaba una película. Life itself no esquiva este aspecto, como tampoco la lucha de egos al interior de esta pareja.

Para todos los efectos, la cinta de Steve James no se dedica a los equilibrismos ni se queda en los “momentos Kodak”. Y si despierta afecto y hasta ternura en el espectador es porque en ella se ha hecho carne algo que dijo el propio Ebert y que se reproduce en el comienzo: que el cine es una máquina de generar empatías y que así nos conectamos con el resto del mundo. Con ésos que nos acompañan en este viaje.

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