Por Patricio Jara Agosto 21, 2014

No tenemos manera de comprobar si tenían razón, pero todos quienes a mediados de los 90 predijeron que los nuevos Metallica vendrían de Sudamérica, indicaban a Sepultura como única apuesta. En tiempos en que el metal se abría a sonidos más eclécticos y modernos (Deftones, Rage Against The Machine, Faith No More), además del bajón de los grandes dinosaurios (Iron Maiden y Judas Priest perdían a Bruce Dickinson y Rob Halford, respectivamente), de pronto la crítica notó que la única propuesta consistente era la de los brasileños. Mientras otras bandas se disolvían o publicaban discos fomes, los de Belo Horizonte sólo mejoraban y demostraban que era posible hacer un heavy metal ciento por ciento sudamericano, con el encanto del Tercer Mundo, y echando mano a los sonidos tribales del Mato Grosso.

Entre 1989 y 1996 Sepultura grabó cuatro álbumes que exponencialmente los encaminaron hacia el reconocimiento. Si bien ya tenían tres discos con un sello local, fue tras fichar por la multinacional Roadrunner cuando alcanzaron su mejor momento creativo. Sepultura tocaba en festivales multitudinarios de todo Europa y hacía giras mundiales, era saludado y bendecido por Ozzy Osbourne al tiempo que de la mano de Scott Burns y Andy Wallace (el mismo que grabó y mezcló Nevermind de Nirvana) iban rumbo a convertirse nada menos que en la primera banda sudamericana de peso mundial en más de 50 años de rock and roll.

Pero aquello no ocurrió. El globo reventó antes y dejó heridos por todos lados. De eso justamente habla su líder, Max Cavalera, en My Bloody Roots, su autobiografía publicada simultáneamente en Estados Unidos y Brasil.

La historia cuenta, con más verdad que rencor, el camino de un grupo de músicos que lo apostó todo por un sueño que terminó convertido en pesadilla. Deseos de figuración y protagonismo soterrados al interior de la banda fueron minando la convivencia, hasta que todo hizo cortocircuito al final de la primera parte de la gira mundial del exitoso disco Roots (dos millones de copias vendidas). Ante la decisión de sus compañeros de despedir a la mánager, que además se había transformado en su esposa, Max Cavalera debió optar entre ella o su banda. La noche del 16 de diciembre de 1996, en la Brixton Academy de Londres, fue el último show de Max Cavalera en la banda que fundó junto a su hermano Igor cuando eran adolescentes.

Ha pasado el tiempo, y mientras Sepultura hoy apenas conserva a dos de sus integrantes originales (los menos trascendentes) y saca discos cada vez más discretos, Cavalera impulsó proyectos de mayor dignidad, uno de ellos junto a su hermano tras la reconciliación luego de diez años sin hablarse. Se llama Cavalera Conspiracy y se presentará el próximo 16 de septiembre en la Blondie.

Tanto como contar la sabrosa trastienda de cada disco, el shock cultural que les provocó salir al mundo, My Bloody Roots tiene la reflexión sobre lo que no fue y, sin embargo, tuvo todo para ser.

“Después de diez años de trabajo duro, nos habíamos convertido en una de las mayores bandas de heavy metal del planeta, estábamos en auge. Yo creía que cualquier cosa que hiciéramos nos llevaría siempre hacia delante y seríamos aún más exitosos. Pero no sabía que Dios tenía otros planes para mí y que mi vida estaba próxima a cambiar por completo”.

Pese a todo, la pena de Max Cavalera sigue ahí. Hay cosas como la inocencia y la juventud que sólo se tienen una vez en la vida.

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