Por Sebastián Cerda, economista Julio 31, 2014

La alta tensión en la disputa del gobierno argentino con los tenedores de su deuda ha logrado eclipsar ciertas paradojas que caracterizan hoy a los mercados emergentes y que los sumen en un ambiente de creciente preocupación. A pesar de que algunos de estos países dan cuenta de un anémico crecimiento, deterioro en cuentas fiscales y endeudamientos al alza, los flujos de capitales hacia esas economías muestran volúmenes de entrada nunca antes vistos. La alta demanda global por activos emergentes no sólo ha llevado a que el costo de endeudamiento externo de esos países se ubique hoy en mínimos históricos, sino que también gobiernos y corporaciones que tradicionalmente se mantuvieron al margen del mercado internacional de deuda hoy sí puedan acceder a él. Un ejemplo notable de aquello es que durante los últimos dos años el gobierno boliviano ya ha logrado realizar dos colocaciones exitosas de bonos en los mercados internacionales. Algunos podrán entender esto como una señal de respaldo a las políticas de Evo Morales; sin embargo, al menos para mí, ese no es un argumento que convenza. Por el contrario, lo que explica este boom de alto y barato financiamiento externo a la región no son las buenas políticas domésticas, sino la llegada de una avalancha de recursos que poco tienen que ver con lo interno.

Para entender el germen de este boom es necesario remontarse a las últimas crisis financieras de mercados desarrollados. La crisis bancaria de EE.UU. en 2008 y la crisis de solvencia fiscal en Europa gatillaron la adopción de una serie de experimentos en materia monetaria, conocidos como relajamientos cuantitativos. A través de éstos, los bancos centrales de EE.UU., la Eurozona e Inglaterra se lanzaron a programas de compras de bonos estatales y privados en el mercado secundario. Más tarde se les sumaría el banco central de Japón, país sumido en un endémico bajo crecimiento e indeseada deflación. Lo que se busca al comprar bonos de largo plazo es hacer subir sus precios o, lo que es lo mismo, hacer caer las tasas de interés a las cuales estos papeles se transan. Más allá del éxito de este experimento, la masiva intervención de los bancos centrales de esas economías también ha generado efectos no deseados que regiones del mundo como la nuestra hoy experimentan. En esencia, los relajamientos cuantitativos removieron arbitrariamente un riesgo que mantenían muchas instituciones financieras del mundo y lo trasladaron a manos de las autoridades monetarias de las economías desarrolladas. Éstas, ya desprovistas de gran parte del riesgo que mantenían en cartera, hicieron lo que toda entidad financiera hace cuando tiene una sensación de renovada seguridad: buscaron un nuevo riesgo que tomar. Es exactamente lo que ha ocurrido con la alta demanda y valorización de la deuda pública y privada de países emergentes de cuestionables fundamentos político-económicos.

El problema está en que lo que hoy parece una bendición, puede rápidamente convertirse en una maldición. La Reserva Federal de los EE.UU. anuncia ya para los próximos meses el fin de su último programa de compra de activos, otros la seguirán más adelante y las olas de deuda barata para la región llegarán a su fin. Argentina la pasa mal hoy porque, dados sus papeles manchados, hoy no puede acceder a nuevo financiamiento externo. El resto de la región podría seguirle, pero no porque no quiera o pueda pagar sus acreencias pasadas, sino porque simplemente el resto del mundo ya no se encontrará tan dispuesto a prestarle. Es de esperar que cuando aquello ocurra, la economía regional no se vea en la obligación de sufrir como hoy lo hacen los argentinos.

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