Por Diego Zúñiga Contreras, desde Bonn Julio 31, 2014

En Berlín, en Stuttgart, en Hannover, en Bonn y en otras ciudades de Alemania, cientos y a veces miles de personas se han reunido en las últimas jornadas para manifestar su repudio a la ofensiva militar que desde hace tres semanas desarrolla Israel en la Franja de Gaza. Las banderas de Palestina ondean en esas marchas, donde además de mostrar descontento por los ataques, que han dejado casi 2.000 muertos, muchas veces se comenta algo que poco a poco hace más ruido entre la ciudadanía: el silencio de Alemania ante el ataque a Gaza. El silencio alemán ante los bombardeos de hospitales y escuelas.

En algún momento del debate, los caminos se bifurcan y toman vías completamente opuestas. Por un lado, unos reclaman que criticar a Israel es antisemitismo. Otros exigen el derecho a cuestionar las políticas adoptadas por el gobierno de Benjamin Netanyahu sin ser tildados de antisemitas. Un tema difícil para Alemania, porque el Estado -y también muchos ciudadanos- sigue sintiendo sobre sus hombros la responsabilidad del Holocausto, y esa responsabilidad es intransable.

La misma canciller Angela Merkel lo dijo con claridad en abril de 2012, cuando afirmó que la seguridad de Israel y su misma existencia eran un asunto de Estado para Alemania. Pero difícilmente eso pueda justificar la inacción ante la tragedia de Gaza de un país que en el último tiempo ha pretendido ganar incidencia como potencia a nivel de política internacional. Han pasado semanas de ataques y Berlín se abstuvo a la hora de condenar a Israel en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, y no se ha manifestado sobre los cientos de miles de ciudadanos palestinos afectados por los combates.

Lo que sí ha shockeado a la sociedad alemana son los gritos como “Hamas, Hamas, judíos a la cámara de gas”, “Israel asesino de niños” o “detengan el Holocausto” que se han oído en varias ciudades. Gelsenkirchen, Leipzig, Kassel, Aachen y otras tantas se han sumado a las manifestaciones, a las que va mucha gente, pero nunca la suficiente como para hablar de una mayoría activa. El horror de Gaza parece no doler tanto en Alemania como el hecho de verse en el espejo y descubrir que hay personas buscando criticar a ese país que Berlín pretende proteger en un intento por sanar sus propias heridas. Equilibrar crítica con culpa ha resultado imposible.

Las reacciones generales son básicamente las mismas: criticar a Israel equivale a ser antisemita. Lo han dicho las autoridades israelíes en Alemania y han reforzado el concepto la prensa y los políticos germanos. “Sí, hay buenas razones para criticar la política israelí. Pero, en vista de la violencia verbal y física en las calles de Alemania, este no es el momento de pronunciar discursos académicos sobre las sutiles diferencias entre una crítica justificada y el antisemitismo”, dice el columnista Martin Muno, de Deutsche Welle. Solamente en un país como Alemania la crítica justificada puede tener una sutil diferencia con el antisemitismo.

Una prueba palpable de ese temor lo muestra la portada del 25 de julio del diario Bild, el más leído de Europa. A raíz de los gritos claramente antisemitas escuchados en algunas manifestaciones (y muchas veces, obra de neonazis que se aprovechan de estas situaciones para meter ruido), el periódico comenzó una campaña para “alzar la voz” y exigir “¡Nunca más odio contra los judíos!”, como destacaba en letras blancas sobre fondo negro en una portada repleta de pequeñas imágenes. Esas imágenes son fotos de políticos, deportistas, rostros de la farándula y empresarios que exigen que se termine el odio. Ninguna palabra, en esos muchos comentarios, sobre la suerte de los ciudadanos palestinos.

En medio de tanto temor, de tanto escalofrío por el recuerdo de un pasado vergonzoso para los alemanes, han surgido voces que piden margen de acción. En las últimas manifestaciones, los organizadores llegaron a acuerdos con la policía: se encargarían especialmente de que los asistentes no incitaran al odio quemaran banderas de Israel, pero a cambio podrían expresar su malestar con los ataques a Gaza. Y ha funcionado. Es un primer paso que ha sido acompañado por una exigencia de mayor espíritu crítico.

La comunidad kurda en Alemania llamó a denunciar cualquier expresión antisemita, pero pidió que no se censuraran los comentarios, pues “debe ser posible criticar la política de Israel al igual que la de otros países”. El político judío franco-alemán Alfred Grosser es otro que exige alzar la voz y acusa a Israel de chantaje. “Si se critica, siempre sale alguien que dice ‘Auschwitz’ y el otro tiene que callarse. Si toda crítica a Israel es antisemitismo, entonces yo también soy antisemita, a pesar de ser un judío puro y duro”.

Merkel escribió unas palabras en esa edición especial de Bild Zeitung contra el odio. Dijo que las manifestaciones antisemitas eran “un ataque a la libertad y la tolerancia. Son cosas que no podemos ni queremos aceptar”. Y en eso todos parecen coincidir, desde la comunidad árabe hasta la israelí. En lo que hay discrepancias es con respecto a los límites, dónde acaba la crítica y comienza el ataque. Para muchos políticos alemanes, ambos conceptos son inseparables. Y eso, más que un problema de quien critica, es un miedo terrible que Alemania no ha podido enfrentar.

Relacionados