Por Sergio Fortuño Julio 24, 2014

Algunos Mundiales de fútbol se han asociado en la historia con la adopción masiva de una tecnología. En Chile, recordamos el del 62 como el evento que introdujo la televisión en los livings del país y el del 78 como el del desembarco de las pantallas a color. El de Brasil 2014 será recordado como el Mundial de los memes.

Desde el mordisco de Suárez a la humillación de Brasil ilustrada con el Cristo Redentor emprendiendo el vuelo desde el Corcovado o cubriendo su rostro de vergüenza, diversas escenas mundialistas fueron propagadas por las redes sociales en forma de breves comentarios visuales con textos mínimos y afilados, de autoría anónima y consumo veloz.

Los memes se han convertido en un refranero popular cibernético sobre eventos de amplio alcance, donde se encapsulan ingenio y mordacidad. Cuentan una historia desde abajo, desacralizan a las figuras de poder y autoridad. Por algo un diputado chileno tuvo la tan fugaz como fallida idea de prohibirlos por ley.

Los memes pueden ser la novedad del momento, pero el origen del concepto se remonta a más de tres décadas, cuando fue acuñado por el científico, teórico evolutivo y divulgador británico Richard Dawkins en su libro de 1976 El Gen Egoísta. En uno de sus capítulos, Dawkins asimila la cultura y las ideas a la noción de la reproducción y evolución biológica por medio de la duplicación de genes: “Ejemplos de memes son melodías, ideas, slogans, modas, formas de hacer guisos o de construir arcos… se propagan saltando de cerebro en cerebro por medio de un proceso que, en sentido amplio, puede ser llamado imitación”.

La idea de Dios, las notas iniciales de la Quinta Sinfonía de Beethoven o la expresión “Ola k ase” comparten las mismas características en cuanto memes. “Cuando plantas un meme fértil en mi mente”, escribe el autor, “literalmente parasitas mi cerebro, convirtiéndolo en un vehículo para la propagación del meme, del mismo modo en que un virus puede parasitar el mecanismo genético de una célula anfitriona”.

Al aplicar una visión evolutiva al ámbito de la transmisión cultural, las unidades simbólicas que se transmiten de un cerebro a otro adquieren un estatus independiente de quienes las elaboran y emiten, de igual forma que los genes se perpetúan de manera egoísta, sin que los individuos a los que dan origen puedan incidir en sus mecanismos reproductivos. No habría una moral asociada a las ideas cuando la selección natural determina su extinción o sobrevivencia. El valor de la libertad de expresión enarbolado por John Stuart Mill, según el cual las ideas no son censurables, ya que la mayor competencia posible entre ellas hará que resplandezcan las más cercanas a la verdad, antecede en parte las nociones de la memética. Lo mismo puede decirse de la sociología de la civilización del alemán Norbert Elías, para quien la humanidad ha evolucionado incrementando su grado civilizatorio con el perfeccionamiento de usos y costumbres a través de las generaciones.

Si la idea de meme encierra una lucha por la perpetuación según un mecanismo de selección natural, lo que  hoy conocemos como memes puede ser todo lo contrario, un acto de comunicación efímero que se disipa junto con los ecos del evento al que hace referencia. Por otra parte, los memes sí son un buen ejemplo de selección natural cuando, por su propia naturaleza comunicacional, dependen de su distribución en las redes de los usuarios para ampliar su alcance, al modo del contagio de un virus. Representan la esencia del mecanismo de reproducción de las ideas, pero en cuanto competidores en el campo de la selección natural parecen estar destinados a una derrota temprana. Su triunfo no es del contenido, sino del método.

Relacionados