Por Julio 10, 2014

En 1846 el matemático y astrónomo belga Adolphe Quetelet documentaba el siguiente puzle. Analizando la distribución de estatura de los franceses a partir de 100.000 registros del servicio militar obligatorio, encontró una sorprendente ausencia de adultos por sobre los 157 cms. y un exceso de casos ligeramente por debajo. Esto desafiaba el principio de que la talla, como otros atributos humanos, sigue lo que en estadísticas se conoce como una distribución normal. ¿Cómo explicar esta misteriosa distribución de estatura?

La respuesta era simple. No radicaba en una particularidad genética de los conscriptos franceses, sino en un principio que está en el  ADN de la ciencia económica: los individuos se mueven por incentivos. El requisito para ser conscripto era medir más de 157 cms. Así, para quienes querían saltarse el servicio militar solo les bastaba “disminuir” ligeramente su talla. Quetelet concluía que unas 2.000 personas habían evitado el ejército por la vía de doblar sus rodillas. 

Esta anécdota  ilustra  una amplia gama de “curiosidades” que emergen cuando hay reglas que, como la de los conscriptos, tienen saltos discretos. Reglas en que si se está por sobre un determinado punto de corte, se obtiene todo, pero nada si se está por debajo. Reglas amparadas en una lógica binaria que los seres humanos buscarán explotar a su favor.

Consideremos un caso más cercano. En Chile, en el 20% más vulnerable de la población, según la ficha de protección social, se encuentra aproximadamente el 40% de las personas. Al igual que con los conscriptos, esta  aparente anomalía matemática se asocia con que ciertos beneficios sociales tienen un punto de corte que genera unos y ceros. Por de pronto, para acceder a una vivienda del Estado hay que estar en el 20% más vulnerable. Y si de incentivos se trata,  el sueño de la casa propia parece motivación suficiente  para buscar a toda costa quedar en el grupo elegible.

Hay múltiples ejemplos adicionales:  regímenes tributarios especiales; becas de educación superior para el 60% de menores ingresos; créditos con aval del Estado solo para el siguiente 30%; salas cuna obligatorias para las empresas con más de 20 empleados; pensiones básicas solidarias reservadas al 60% más vulnerable;  subsidios familiares para el primer 40% de la población. Imagine las  implicancias.

Pero momento. Tal vez la lógica binaria sea el costo a pagar por tener políticas focalizadas,  ¿o es que acaso sería preferible otorgar los beneficios al 100% de la población? Ni lo uno, ni lo otro.  Los saltos discretos no sólo pueden ser injustos, sino también regresivos. ¿Es justo que una persona que está en el 59,9% de la distribución de ingresos obtenga todos los beneficios y otra que está en el 60,1% ninguno? Y si de focalización se trata, ¿no sería deseable que una persona que está en, digamos, el 1% más pobre reciba mucho más que la del 59,9%? 

Idealmente, la forma de romper esta inercia es reemplazar los saltos discretos por un continuo de beneficios decrecientes en el ingreso. En su defecto, en lugar de tener un solo punto de corte, generar muchos más tramos de elegibilidad con beneficios que vayan bajando. Es difícil pensar que la tecnología actual no permita una calibración más fina. Ello lograría una mucho mejor focalización. Y de paso, acabaría con los incentivos a la gente a “doblar sus rodillas”.

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