Por Danilo Díaz Julio 10, 2014

El primer dato es que no existen seis goles de diferencia entre ninguna selección de las que participó en el Mundial de Brasil 2014. Menos entre los equipos que forman la élite de siempre, donde se ubican por prestigio y resultados Alemania y Brasil. Por eso el 7-1 del martes 8 de julio habrá que atesorarlo como un hecho único, que nadie que ame este juego o se interese por la contingencia noticiosa olvidará.

Porque tal como cuando un inmigrante haitiano llamado Joe Gaetjens, quien anotó el 1-0 de Estados Unidos sobre Inglaterra en el Mundial de 1950, o el norcoreano Doo Ik Pak, autor del tanto que le dio la victoria a su país sobre Italia en Inglaterra 1966, el partido en el Mineirao de Belo Horizonte es un mazazo en la historia del fútbol.

El 7-1 por la semifinal del Mundial puede calificarse de hecatombe. Que Alemania supere a Brasil no es sorpresa, pero que lo golee sí. Ahora, ante las cifras y la distancia que vimos en la cancha habrá que empezar a buscar adjetivos y categorías para ubicar el triunfazo de la Mannschaft.

Mucho se habló de la debacle de la selección brasileña, pero no puede obviarse la maciza y perfecta actuación del conjunto de Joachim Löw. Si fuera posible hablar de perfección en el fútbol, sería necesario tomar el video del partido y mostrarlo mil veces. Mats Hummels reiteró en ese primer tiempo que es el mejor zaguero de la actualidad; Sami Khedira fue un compendio de lo que debe hacer un volante central, recorriendo de área a área la cancha.

La zurda de Toni Kroos merece iniciar un párrafo. Preciso, frío, implacable, inteligente para observar las grietas del rival, lideró a su selección hasta la final en esa jornada que nadie olvidará. Arriba, Thomas Müller reitera que está llamado a encabezar la generación de recambio germana. Su capacidad de resolución y técnica son una delicia. Siempre pareciera que el partido le queda corto, que con la ley del mínimo esfuerzo le alcanza. Es una mezcla de la potencia goleadora de Gerd Müller, del arranque de Karl Heinz Rummenigge, de la elegancia de Wolfgang Overath y de la habilidad de Pierre Littbarski.

Si a eso sumamos a Miroslav Klose, que con sus dos goles en el Mundial se convirtió en el mayor artillero en la historia de la Copa del Mundo, podemos comprender lo que sucedió en Belo Horizonte.

Al intentar sustraernos al marcador y buscar explicaciones, es necesario ir a la banca de Alemania. Joachim Löw es el conductor, aunque su mérito supera al campo de juego. El técnico fue capaz de comprender el cambio cultural que vivió su país, con los flujos migratorios, y sumó futbolistas de distintos orígenes. Aprovechó sus condiciones, su identidad, incorporándolos a un cuadro que responde a la tradición del fútbol teutón, pero con matices. Mesut Ozil, Khedira y Jerome Boateng otorgan variedad y frescura.

Muchos pensábamos que si el Mundial no fuera en Brasil, Alemania sería el gran favorito. Por la generación que disponía, por el nivel del Bayern Múnich, porque los mismos bávaros y el Borussia Dortmund jugaron la final de la Champions League 2012-2013 y porque éste llegaba en el mejor momento de su carrera.

El destino y su jerarquía inclinaron la balanza en su favor.

En la otra banca, Luiz Felipe Scolari vivió el peor momento de su carrera, como él dijo cuando debió enfrentar la metralla de la prensa local. El entrenador que llevó al Scratch al pentacampeonato en Corea - Japón 2002 y a ganar la Confederaciones 2013, llegó luego del fracaso en la Copa América 2011. 

Ir a buscar a Felipao implicaba aceptar su receta. Nada de jogo bonito, formar un conjunto muy físico, europeo a la antigua, con preponderancia en la faena defensiva y de recuperación. Nadie puede sentirse sorprendido.

El tema es que a diferencia de la cita asiática, donde vencieron con tranquilidad 2-0 a Alemania, esta versión de Brasil no disponía de la jerarquía que cualquier propuesta requiere de tres cuartos de cancha en adelante. Porque buenos defensores, volantes de contención o con mucho recorrido no bastan si arriba no hay capacidad. La fórmula era similar, pero no estaban Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho Gaúcho. Y lo de atrás, ninguno tenía el carácter de Lucio o la impronta de Cafú y Roberto Carlos.

No estuvo Neymar, por su lesión ante Colombia, y las voces pidiendo sanciones a Juan Camilo Zúñiga mostraron que el foco estaba errado. Preocuparse de uno que ya no jugaba expresó inseguridad. El mensaje era claro: sin Neymar no podemos.

Para vestir la camiseta de un grande se necesita fibra. La histeria y lágrimas ante Chile, pero ante todo las bajas frente a la Roja, cuando Alexis Sánchez anotó, y cuando en el partido siguiente James Rodríguez descontó para los colombianos, mostraron que el Brasil de este Mundial poseía actores de reparto, pero carecía de líderes.

Esta catástrofe es mayor que el Maracanazo del 16 de julio de 1950. Esa derrota 2-1 ante Uruguay marcó a fuego al fútbol brasileño, pero con una diferencia: Brasil había sido tercero en Francia 1938, pero no se acercaba a Italia, Argentina y Uruguay. En síntesis, Brasil iba rumbo a ser Brasil. Hoy es distinto. Sus cinco coronas, ser la tierra de Pelé y el mayor productor de jugadores del mundo, lo instalan en una dimensión superior.

Es la mayor paliza de la historia. ¿Qué harán? El péndulo luego del retiro del Rey fue violento: primero se fueron al fútbol físico en Alemania 74 y Argentina 78; después volvieron a las fuentes en España 82 y México 86, con conjuntos maravillosos, aunque sin el título. Experimentaron en Italia 90 en el híbrido de Sebastiao Lazaroni. Los títulos de Estados Unidos 94 y Corea-Japón 2002 fueron el equilibrio, porque hubo cracks para hacer la diferencia.

La Copa América de Chile 2014 será el primer examen del Brasil post humillación. Justo acá. Complicado.

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