Por Soledad Marambio, desde Nueva York Junio 12, 2014

Son las seis de la tarde de un jueves de primavera en la ciudad de Nueva York cuando me salto dos cuadras de gente que espera para entrar en McNally Jackson, una librería independiente del Soho. La mayoría de quienes están en la fila llegaron a eso de las cuatro. Casi todos leen. Los que no, probablemente hablen de Karl Ove Knausgaard, el escritor noruego vuelto estrella del momento y causa de tanta espera. Entro a McNally con un cupo de prensa y me mandan de inmediato al subsuelo, donde Knausgaard presentará junto a Zadie Smith (Dientes blancos) el tercer volumen de My Struggle (Mi lucha), una novela autobiográfica en seis volúmenes (los dos primeros tomos han sido publicados en español por Anagrama) que le ha valido ser comparado con Proust. Arriba, en el primer piso de la librería, hay instalada una pantalla gigante por la que se transmitirá en vivo la conversación que saldrá del subsuelo.

No es una exageración decir que casi todas las revistas literarias de por estos lados, y gran parte de la prensa especializada ha hablado, retratado, publicado o nombrado a Knausgaard una y otra vez. En Noruega algunas empresas han tenido que declarar días en los que se prohíbe discutir My Struggle porque si  no, nadie trabaja. Y escritores como Zadie Smith y Jonathan Lethem han declarado públicamente su obsesión y admiración por la titánica escritura de Knausgaard. El subsuelo de McNally se repleta. Dicen en la librería que solo habían tenido una multitud parecida con David Sedaris y con Schwarzenegger, que cayó de sorpresa a presentar su biografía hace más de un año. Un escritor estadounidense sentado a mi lado me cuenta que partes de los dos primeros volúmenes de My Struggle le habían recordado a los realities en TV, con la diferencia de que, de alguna manera, luego de leer cincuenta páginas sobre una fiesta de cumpleaños de un niño de cuatro años el tedio de una mirada tan enfocada se convertía en algo brillante. Sublime, dijo Zadie Smith con su acento británico. El tedio de los detalles, de las descripciones eternas de Knausgaard, llevan a lo sublime, a lo trascendente en un mundo en el que ya no hay vocabulario para escribir sobre la trascendencia, según Smith, quien dijo estar nerviosa. Knausgaard, quien es recibido con aplausos y gritos, como rockstar, dijo que era un escritor infeliz, miserable, que no se gustaba, que su escritura era imperfecta y que además vivía en la más absoluta negación del fenómeno en que se han convertido sus libros, es decir, su propia historia. “No podría vivir pensando que miles de personas han leído y conocen mi vida”, dijo con su inglés suave, con sus ojos celestes muy abiertos, con el ceño profundamente marcado de arrugas, mientras las más de 200 personas que estábamos en el subsuelo le devolvíamos la mirada fija y mientras otras 200 y tantas no se perdían palabra en la pantalla arriba de nuestras cabezas.

Dijo también que My Struggle en un primer momento se iba a llamar Argentina, y que la escribió pensando que no tenía mucho que perder en esto de escribir todo sobre uno y que se había equivocado, pero que ya estaba hecho y que el último tomo de su novela era sobre las consecuencias, y entonces Zadie Smith le dijo que no siguiera, que ya lo leeríamos.

Y todos estuvimos de acuerdo.

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