Por Junio 5, 2014

Ortega y Gasset sostenía que transición es todo en la historia, hasta el punto que esa disciplina puede definirse como  ciencia de la transición. Es aguda la reflexión del filósofo madrileño, pero ciertamente que el concepto adquiere mayor relevancia cuando se aplica al análisis de los procesos en que pueblos y naciones transitan desde dictaduras a democracias. En la segunda mitad del siglo pasado España, como muchos otros países, entre ellos el nuestro, retornó a la democracia luego de tres años de sangrienta guerra civil y 38 de atropellos y atrocidades, y se integró al resto de Europa.

La experiencia española tuvo como sujetos a un conjunto de ciudadanos que convergieron desde posiciones profundamente adversas luego de ser, más que adversarios, derechamente enemigos. Tras el agotamiento de la dictadura que encarnaba el generalísimo Franco, se hizo evidente que existía latente una mayoría que quería entenderse empleando un “lenguaje moderado, de concordia y conciliación”. Fueron ejes  de esa empresa de civismo patriótico dos figuras esenciales: el rey Juan Carlos, que recién ha resuelto abdicar en favor de su hijo Felipe, y Adolfo Suárez, fallecido hace poco más de dos meses.

Fue una coincidencia positiva la que llevó a que ambas figuras se conocieran, se entendieran y complementaran. Producto de las circunstancias -para continuar a la sombra de las ideas de Ortega- Suárez se destacó, luego de estudiar Derecho con mucho esfuerzo y desempeñar responsabilidades políticas menores en su natal Ávila, las que cumplió con eficiencia, lo que lo llevó a dirigir Radio Televisión Española y liderar las últimas etapas del “movimiento” antes de la muerte de su líder. En esas tareas conoció a Su Majestad, que recién había asumido el mando real, para el cual había sido formado alejado de su padre, pretendiente frustrado a la Corona, y tratando sin éxito fuese heredero de las ideas de la causa franquista. Entre Juan Carlos y Adolfo Suárez surgió una amistad profunda, basada en la recíproca confianza y en una intuitiva cercanía de estrategias. En virtud de esa relación, de modo sorpresivo el Rey nombró a Suárez presidente del gobierno en 1976 con el explícito encargo de desmontar las estructuras franquistas, lo que se transformó en un minucioso trabajo de ingeniería político-legislativa. Ello dio lugar a gestos de audacia en que ambos protagonistas crearon las condiciones para que la sociedad española reconstruyera las bases consensuales de los entendimientos básicos de una comunidad de compatriotas. Gracias a la tenacidad, al talante exento de arrogancias y soberbias y a lo que ha sido descrito como “un excepcional poder de seducción de ambos” fue posible llevar adelante un proyecto de reforma política que culminó en 1978 con una constitución aprobada por las cortes revestidas del rol de constituyentes y refrendadas plebiscitariamente por el pueblo español en diciembre de ese año. Fue, como lo expresó Juan Carlos, “un logro verdaderamente extraordinario”, en el que aportaron la oposición antifranquista del interior y la del exilio y también el espíritu de los franquistas aperturistas, ambos de “importancia crucial”.

Con arreglo a esa carta España se constituyó en un “Estado social y democrático de derecho que propugna como valores supremos de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político” en el que “la soberanía nacional reside en el pueblo español” y que adopta como “forma política la monarquía parlamentaria”. Se otorgó así andamiaje jurídico a la unidad, al entendimiento y a la solidaridad entre los españoles, reivindicado por el Rey como el principal legado de Suárez. Con arreglo a esa constitución-la que ha experimentado sólo dos modificaciones desde su vigencia- se han sucedido las combinaciones políticas que ha asumido el gobierno. Primero fue la Unión de Centro Democrático (UCD), liderada por Suárez hasta 1981, en que las divisiones internas y la falta de un objetivo común lo llevaron a renunciar a la presidencia del gobierno y a la conducción partidaria. Posteriormente, la jefatura gubernativa  ha sido asumida alternadamente por el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Popular, todos coordinados e integrados con la Corona, la cual ha sido determinante para enfrentar turbulencias económicas y  perturbaciones del orden, entre ellas movimientos militares y acciones terroristas, transformando a España en una potencia mundial.

La sorpresiva, pero previsible abdicación del rey Juan Carlos ha motivado opiniones contrarias a la mantención de la monarquía y críticas de la transición. Quienes minoritariamente levantan la voz en tales sentidos ni vivieron los rigores del franquismo ni menos los fracasos de la república. Sin percepción de esas realidades pretenden echar atrás el reloj de la historia para enjuiciar con dureza una realidad que ya no existe con la perspectiva de los acontecimientos actuales. Se niegan a reconocer los avances logrados y no se imaginan lo que hubiere sido “el ominoso conflicto civil que el mundo entero auguraba al término de la dictadura”, en el decir de Javier Cercas. Guardando distancias, tan injusto como en Chile.

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