Por Evelyn Erlij, desde Cannes Mayo 29, 2014

En Chile hubiese pasado lo mismo. En vísperas de Cannes, el campeonato mundial del cine, la presidenta Cristina Fernández despidió en la Casa de Gobierno al equipo de argentinos que competirían en nombre del país, tal como ocurrirá en unos días con la albiceleste antes de partir a Brasil 2014. Hacía seis años -después que Leonera, de Pablo Trapero, y La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, se disputaran la Palma de Oro- que se esperaba un contraataque de la cinematografía trasandina. La misma mandataria hizo el símil entre este hecho y una hazaña deportiva: “Son nuestra selección nacional”, dijo en referencia a la delegación que partía al festival. “Acá despiden solamente a los boxeadores, jugadores de fútbol, de todos los deportes. También queremos despedir a los representantes de la cultura, que van a jugar por la Argentina”, dijo Fernández entonces.

En una versión de Cannes marcada por la ausencia de América Latina, tres filmes argentinos compitieron en las secciones más importantes del festival: Relatos salvajes, de Damián Szifrón (creador de la serie Los simuladores); Jauja, de Lisandro Alonso (Los muertos); y Refugiado, de Diego Lerman (Tan de repente).

Además, Pablo Trapero, el cineasta más importante de la actualidad, se convirtió en el primer latinoamericano en encabezar un jurado en toda la historia de Cannes, al ser nombrado presidente de la sección Una cierta mirada. Pablo Giorgelli (Las acacias) fue jurado de cortos de la Semana de la Crítica y Pablo Fendrik presentó fuera de competencia El ardor. Nunca el cine argentino tuvo una participación “tan importante, diversa y numerosa”, según definió el diario Página 12.

La sola presencia trasandina, más allá de si se lograsen triunfos o no, era una victoria.

Hace algún tiempo, Thierry Frémaux, delegado general del festival -el Joseph Blatter del cine, para seguir con la metáfora futbolística-, anunció la muerte de la cinematografía argentina: “Esperábamos más, tras un gran inicio. Pero nunca creció. Los cineastas argentinos se suicidaron”, sentenció, aludiendo a las grandes expectativas que creó, a comienzos de 2000, el “Nuevo Cine Argentino”, de la mano de talentosos directores como Martel, Trapero, Lisandro Alonso o Adrián Caetano. Que la presidenta despidiera con honores a sus realizadores no fue exagerado: el cine argentino no sólo contraatacó, sino que demostró que nunca descendió a segunda división.

“Lo que pasó quizás es que se esperaba una cosa media futbolística, o sea que si vas a festivales tenés que ganarte todos los premios, una cosa media deportiva que no aplica al cine”, explica Trapero en Cannes, en una pausa antes de continuar con su labor de jurado. “Vengo escuchando del ‘Nuevo Cine Argentino’ hace 15 años. Ni siquiera entiendo en qué momento dejó de pasar. Hubo películas en Cannes, no en la Competencia oficial, pero sí en Una cierta mirada; en Berlín -este año compitieron dos filmes argentinos por el Oso de Oro-, en San Sebastián, en los festivales más importantes; también hay una que ganó un Oscar (El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella)”.

El espíritu competitivo y el afán de triunfo, dice Trapero, poco tienen que ver con el arte cinematográfico. “El cine no es una producción mecánica ni deportiva, que cuanto más practicás, mejor vas a tener la pelota. Ni siquiera en la pelota: tenés jugadores que son brillantes y que un día juegan bien y otro día más o menos. Hay películas hechas por el mismo director, con la misma productora y no siempre funciona de la misma manera. Eso es lo fantástico”, dice el director de Carancho. Lo que sí falta, asegura, es un relevo generacional, nuevos directores que renueven el panorama.

Es cierto: la metáfora deportiva no aplica al cine, pero con 150 producciones anuales, 48 millones de espectadores de cintas nacionales y 14 mil estudiantes de cine, Argentina sigue siendo el campeón latinoamericano en las grandes ligas del cine.

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