Por Pablo Marín Mayo 22, 2014

La conexión no es evidente, pero así se dieron las cosas. Cierta personita en casa quería ver El sueño de todos -show de goles en 3D que pasaron como documental- y en su entusiasmo de hincha emergente hasta repetía algunas frases promocionales (“No es ver, papá, es sentir”). Hasta que se dio la oportunidad de ir. Pero El sueño de todos no anduvo bien en salas y se hizo difícil pillar un horario y un lugar. Vino la frustración infantil, pero nada de lo cual no se pueda salir jugando.

Llegó, entonces, la hora de los largometrajes argumentales sobre el fútbol. Un subgénero que no ha aportado títulos a panteón alguno. Un ámbito donde cada país tiene lo suyo y poco se entera de lo que hacen los otros países, no habiendo adicionalmente un Hollywood que golpee la mesa (a los gringos cuesta venderles una película de soccer, más allá de Fuga a la victoria, que permitió ver a Pelé, Stallone y Michael Caine en las mismas escenas).

Por de pronto, la persona de la que hablo ya había visto, como yo, El Chanfle (1979), donde Roberto Gómez Bolaños, que encarna a un utilero torpe pero de buen corazón, reunió a todo el elenco de El Chavo del 8 y El Chapulín Colorado. Yo la vi en el cine, posiblemente, pero por acá me ganaron: vieron ésa y además El Chanfle 2 (1982). Me bajé antes. La que vimos juntos, eso sí, fue Un gran equipo (Les seigneurs), que dirigió el francés Olivier Dahan entre su premiada biopic de Edith Piaf (La vie en rose) y su esperado retrato de Grace de Mónaco con Nicole Kidman. Una comedia discreta, pero con elenco de nivel, sólidos valores de producción y una premisa que genera empatías incluso más allá del pudor o la dignidad del propio espectador: un ex seleccionado y actual entrenador (José García) fue ídolo de todos, pero las malas decisiones y el alcohol lo hundieron en el barro, sin que hoy pueda siquiera ver a su hija. Y ahí es cuando un equipo ignoto de un pueblo bretón le da la chance de redimirse, así como la opción de reclutar a futbolistas que andan también medio perdidos. Lo que sigue es anticipable: la convicción para no volver al frasco, la desadaptación de los jugadores y demás circunstancias adversas de todo tipo, donde cada quien transita entre el abatimiento y la esperanza. Pero ése era el punto desde un principio. Se toma o se deja, y por acá lo tomamos.

A no perderse, hay mejor material sobre fútbol: antes de intoxicarnos con el coraje de un monarca tartamudo en El discurso del rey, Tom Hooper hizo The Damned United, que se basó en la historia verdadera e inverosímil del DT británico Brian Clough para retratar las penurias, los entusiasmos y las pequeñeces asociadas a este negocio como no me había tocado ver antes en una película ni me ha tocado después. Protagoniza Michael Sheen, y lo más jugado de la película es que la historia más gloriosa del personaje retratado vino después de la que ahí se cuenta. No deja de ser.

Otro que le hizo empeño fue Jean-Jacques Annaud (el mismo de El oso y La guerra del fuego), que debutó con El cabezazo (1979), acerca de un jugador acusado de violación. No es de las producciones que se ven “en familia”, pero protagoniza el tempranamente fallecido Patrick Dewaere, que de futbolista o de lo que sea da razones para ver y recomendar. Por ahí va la pelotita.

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