Por Antonio Díaz Oliva, desde Nueva York Mayo 15, 2014

Imaginemos que Vivian Maier es un personaje literario. Uno abre un libro de Flannery O’Connor, Eudora Welty o de Truman Capote y ahí -junto a historias sobre gente del sur estadounidense que buscan reinventarse en una gran ciudad-, aparece: “Buscando a Vivian Maier”. El relato parte así: estamos en Chicago, en los años 70, y Vivian Maier es una nana un poco excéntrica; su acento francés llama la atención y en su tiempo libre le gusta sacar fotos. Camina por las calles -casi siempre con los niños que cuida- y sin previo aviso fotografía a las personas que se le cruzan. El resultado es llamativo: Maier sabe capturar a la gente sin ridiculizar ni restar humanidad. Sus fotografías no distan demasiado de Diane Arbus, Helen Levitt o Robert Frank, aunque ella no lo sabe: casi nunca revela los rollos fotográficos.

Ricardo Piglia dice que todo cuento siempre cuenta dos historias, así que bien: ahora hay un giro. El personaje deja de ser Vivian Maier; el personaje es John Maloof, quien el 2007 se encuentra en Chicago. Maloof es un tipo de 27 años que trabaja como agente inmobiliario y que en su tiempo libre le gusta ir a ferias de cachureos y comprar cajas sin saber su contenido. En una de esas descubre varios rollos fotográficos que al revelarlos lo dejan sorprendido. Siente que el material es demasiado bueno como para descubrirlo tan fortuitamente. Busca el nombre o algún dato del autor y lo encuentra: Vivian Maier. Al ponerlo en Google, no aparecen resultados.

Detrás de todo esto hay un recuerdo de infancia. A Maloof le gusta ir a esas ventas de cachureos porque le remite a los fines de semana con su padre yendo a ferias de las pulgas y ventas de garaje. Así que sobre esa pequeña imagen familiar, Maloof construye su obsesión y comienza a averiguar más sobre la vida y obra de Vivian Maier. Revela más rollos y el resultado sigue siendo magnífico; da con personas que Maier cuidó cuando fue nana y los entrevista (algunos la recuerdan cariñosamente; otros demasiado excéntrica); y arma una posible biografía de vida de la fotógrafa, incluyendo un viaje que Maier hizo alrededor del mundo, sola y con su cámara, y la posibilidad de que en realidad falseaba el acento francés para mostrarse aún más enigmática. Loof termina su investigación y arma un documental. Finding Vivian Maier es una pieza más de un efecto dominó que se viene dando hace un tiempo: exposiciones, varios libros, artículos y la posibilidad de que hoy, al googlear Vivian Maier, aparezcan más de diez millones de resultados.

Pese a que el mundo parece por fin haber descubierto a Maier, el mismo documental lo deja claro: nunca sabremos quién realmente fue esta curiosa persona que trabajaba de nana y sacaba fotos. El documental se llama Finding Vivian Maier, aunque debería llamarse “Buscando a Vivian Maier” (como Searching for Sugarman pero con final abierto y algo más triste), porque aún hay miles de rollos sin revelar, además de objetos personales y cachivaches varios, que seguramente agregarán más matices a esta curiosa historia. Así, se puede pensar en Vivian Maier como un personaje literario, porque su vida está llena de omisiones. Y por eso el documental atrapa -pese a esa insoportable musiquilla incidental-: por lo potente de su historia y porque no busca respuestas, sino hacer complejas ciertas preguntas.

Maier muere sin haber expuesto sus fotografías, casi sin revelar sus más de 100.000 fotografías y llevándose a la tumba las posibles explicaciones detrás de su particular cosmovisión. Como la mayoría de los buenos cuentos, éste termina y hay un relato oculto -una vida secreta- que nunca podremos entender.

Relacionados