Por José Manuel Simián, desde Nueva York Abril 10, 2014

Una de las batallas más intensas que se libran por estos días en Nueva York tiene como objeto el control de un periódico. No su dominio financiero (que le pertenece a ImpreMedia, compañía controlada desde 2012 por La Nación de Argentina), sino la voz e identidad del centenario El Diario La Prensa. Un asunto que para algunos activistas tiene poco que ver con su línea editorial y mucho con qué grupos o subgrupos de la comunidad latina de Nueva York son los que trabajan en él.

Mucho más allá de los conflictos e historias personales que hay detrás de cualquier batalla de esta índole -renuncias y despidos, acusaciones de no cumplir con estándares profesionales y hasta una demanda alegando prácticas antisindicales- lo que sucede con El Diario no es otra cosa que un reflejo de lo que pasa con la comunidad latina de Nueva York. Porque el más antiguo de los  periódicos en español de Estados Unidos es el resultado de ese constante proceso de migraciones, luchas, esfuerzos, accidentes y fuerzas exógenas que moldean la historia de las culturas minoritarias en una ciudad cosmopolita; el producto de la fusión de los diarios La Prensa (fundado en 1913 por un español) y El Diario de Nueva York (1947, por un dominicano) a manos del legendario empresario inglés-estadounidense O. Roy Chalk. Que en décadas recientes el periódico haya sido dirigido y escrito por una mayoría de escritores y editores puertorriqueños no es sino una parte de ese flujo de migraciones y conquistas de pequeños o grandes reductos de poder en la ciudad. Un flujo que se manifiesta también a través de qué políticos son electos a cargos locales (los dominicanos comienzan a hacerse un espacio, y en algunos años más no sería raro ver a funcionarios de origen mexicano y colombiano) y la música que más se escucha en los barrios latinos (la bachata ha reemplazado a la salsa).

Pero no todos ven la historia como un flujo. Un reputado intelectual y activista latino de origen puertorriqueño ha calificado los recientes cambios en la dirección de El Diario como una “Reconquista” (el director de contenidos es español) por parte de “una arrogante elite extranjera” (es decir, latinos no-neoyorquinos o, por lo menos, no venidos del Caribe) a la cual no le interesarían los problemas reales de la comunidad latina de Nueva York.  Semejante acusación no sólo pasa por alto que moros y cristianos coinciden en que el periódico dista mucho de los otros que se publican en la ciudad (la comparación es aquí con periódicos similares, como el Daily News, que tiene a muchos latinos entre sus lectores), sino que su supuesto peso en Nueva York es mucho más simbólico que real. En una ciudad que, según cifras del censo, cuenta con casi 2 millones de hispanoparlantes, El Diario tiene una circulación que apenas bordea las 35.000 copias por día.

Dejando de lado las preguntas realmente complejas -¿Qué significa ser “latino”? ¿Por qué algunos serían más legítimamente “latinos” que otros?-, lo que se debe responder aquí es qué tipo de diario se merece la comunidad hispanoparlante de una ciudad que se enorgullece de premiar a los mejores en cualquier campo. Y la respuesta no debería tener absolutamente nada que ver con que los profesionales que escriban o dirijan ese periódico hayan nacido en el Bronx, San Juan o Madrid.

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