Por Marcela Escobar Abril 10, 2014

Antes del plástico fue la madera. Hace 80 años, la compañía de juguetes Lego nacía en manos de un carpintero danés, quien ideó pequeñas figuras de palo que se podían armar, desarmar y volver a armarse. Hoy, la empresa genera ganancias por casi tres mil millones de euros y suma colecciones destinadas a niños, niñas y también adultos.

La empresa suma, también, polémicas. Hace poco, la carta de una niña a la compañía fue la expresión más concreta del descontento que ha generado la línea Lego Friends, pensada especialmente para chicas. En su carta, la pequeña se quejaba de cierto contenido de tipo “sexista” que tendría la colección, algo que también han recogido algunos diarios y organizaciones de corte feminista. El cuestionamiento es la visión supuestamente estereotipada que Lego tendría de la mujer y su rol en la sociedad: las muñequitas de Lego Friends se visten a la moda, son flacas, van juntas a la peluquería o a tomar café. Algo muy alejado de ese espíritu que hizo popular a los bloques de plástico en los 80 y que promovía la imaginación como la base de un juego que era para todos y todas.

Así las cosas, más de 68 mil firmas ha reunido la organización Change.org para apoyar el reclamo en contra de la compañía bajo el lema #LiberateLego. Los dardos apuntan al CEO de la empresa, Jorgan Vig Knudstorp, quien declaró que con las muñequitas de Lego Friends querían conquistar “la otra mitad del mundo”, pues la primera, la masculina, fue seducida hace tiempo.

He visto desde muy cerca cómo las niñas dedican horas a armar estas figuras, de la misma forma como he visto chicos haciendo lo mismo con las colecciones clásicas, que jamás han recibido el mote de sexistas ni tampoco han sido cuestionadas por suponer que los hombres sólo cumplen determinadas labores, las del macho proveedor.

En Lego Friends las muñecas de la polémica conducen sus propios autos y varias veces se trata de un transporte colectivo. Hacen deporte -andan en bicicleta, se montan sobre una tabla de surf, practican karate- y sí, también compran pasteles, van a la peluquería o comparten un asado.

En ningún caso me ha parecido que el mensaje que contienen las piezas plásticas sea discriminatorio para la mujer, ni que la menoscabe en sus derechos o en su rol dentro de la sociedad. Como tampoco que su línea Star Wars llame a los niños “a la guerra”.

Es más: como madre de una pequeña fanática de Lego sé que la primera regla de este tipo de juguetes es armar las figuras a partir del manual, para después… deshacerse del manual e inventar nuevas figuras. En esas escenas de fantasía -aquellos espacios de plástico que le permiten a las niñas soñar-, he visto cómo se levantan ciudades, casas de uno o dos pisos, negocios, escuelas y medios de transporte improbables, y todo siempre en la lógica del juego infantil: aquí todo se puede, nadie ni nada queda afuera.

Nunca he escuchado a mi hija decir que Lego le parece “demasiado” femenino.

En casa, las piezas de plástico se agolpan en una caja, se confunden, se desordenan. Las hay de todos colores, no solamente rosa. Predomina el verde, el azul, el café claro. Hay mascotas (incluso un caballo). Con el tiempo, algunas de las muñequitas han perdido sus cabezas, sus piernas, sus brazos. Pero nada de eso importa, porque acá lo único que vale es la creatividad para completar las escenas. Una imaginación libre de cualquier discurso de género impuesto por adultos.

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