Por José Jiménez, desde París Abril 3, 2014

En 1951, Julio Cortázar abandonó Argentina. No soportaba el ambiente que pesaba sobre la intelectualidad en el país durante los dos primeros mandatos de Juan Domingo Perón. La instrumentalización política que recaía sobre la academia y los creadores tenía un costo muy alto a la hora de querer mantener los puestos. Más de cincuenta años después, cuando se rinden homenajes por el centenario de su nacimiento y los 30 años de su muerte, en la misma capital en la que se refugió, oficialistas y opositores argentinos se enfrentan usando su figura y obra.

El conflicto surgió a propósito del último Salón del Libro de París, llevado a cabo entre el 21 y 24 de marzo, donde el país invitado fue Argentina y a cuya inauguración viajó la presidenta Cristina Fernández.

De entrada se habían levantado sospechas: en la lista de escritores invitados no figuraban los nombres de Beatriz Sarlo, Jorge Asís y Martín Caparrós, quienes gozan de un vasto reconocimiento y un alcance masivo tanto en Latinoamérica como en Europa. A ellos se sumaban autores como Rodrigo Fresán, Pola Oloixarac y  Marcelo Cohen, entre otros, que tienen un campo abierto en el mercado francés. Una nube de cuestionamientos se posó en torno a la neutralidad de la convocatoria. 

El mismo Caparrós expresó razones políticas que hicieron que se borrara su nombre de la lista: “Es una muestra de cómo procede tontamente el gobierno argentino. En este caso, como en otros, los criterios fueron premiar lealtades y castigar a los críticos”, escribió. La polémica corrió rápido, aumentada por la renuncia, aduciendo razones literarias,  de Ricardo Piglia, quien  terminó en una disputa verbal con el director del Salón del Libro de París, Bertrand Morisset.

La cita, donde el homenajeado era Cortázar, abría otro frente de disputas entre el  gobierno de Argentina y la gobernación de la Ciudad de Buenos Aires (administrada por el opositor Mauricio Macri), que en  2011 celebró un acuerdo de cooperación con la Municipalidad de París, que se ha traducido, principalmente, en intercambios culturales y asesoría urbana. Ese mismo año, el invitado de honor al Salón del Libro fue precisamente la Ciudad de Buenos Aires. Por lo mismo, que la municipalidad parisina invitara este año al gobierno argentino, se leyó en la administración de Macri como una traición.

París aplicó entonces una medida parche: se organizó rápidamente, previo al Salón del Libro, un homenaje al centenario del nacimiento de Cortázar donde no se escatimó en recursos: se trajo a escritores, se organizaron muestras culturales y, en particular, se llevó a cabo una instalación pública de más de setenta rayuelas realizadas por la artista Marta Minujín, donde lo primordial era destacar la magnitud del evento y encuadrar una foto de las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires con el museo del Louvre de fondo.

Posiblemente, Cortázar estaría haciendo su maleta.

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