Por Evelyn Erlij, desde Berlín Febrero 27, 2014

Fue como en una película romántica. En el invierno de 1926, Margarete y Heinrich se conocieron en un tren a Múnich y se enamoraron. Hasta que te conocí, había perdido la fe en la humanidad, le escribió en una carta el hombre que se convertiría en su marido. Con el paso de los años, ni la rutina matrimonial ni la distancia -Heinrich viajaba mucho, por su trabajo- aletargó la pasión epistolar de los amantes. Entre palabras relamidas, poco a poco afloró un amor retorcido. Estoy tan feliz de tener un buen esposo malvado que ama a su mujer perversa, apuntó Margarete en una de las misivas. Pero la perversión de su esposo era más grande. Viajo a Auschwitz. Besos. Tu Heini. Así firmaba los escritos que enviaba a su mujer Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS y artífice de la masacre industrial del nazismo.

El documental El decente, dirigido por la israelí Vanessa Lapa y recién estrenado en la Berlinale, revela el contenido de cientos de cartas inéditas que el gestor de “la solución final” intercambió con su esposa, su hija y su amante, además de fotografías y diarios íntimos. El material fue encontrado en Tel-Aviv y pertenecía a Chaim Rosenthal, un coleccionista que escondió los documentos bajo de su cama durante 40 años. Nadie sabe cómo los obtuvo, pero luego de su muerte llegaron a manos de Lapa. Por estos días, los diarios Die Welt, de Alemania, y Yedioth Ahronoth, de Israel, están sacando a la luz su contenido.

La directora optó por un documental donde los textos hablan por sí solos, usando actores para dar voz a las cartas, superponiendo el audio con imágenes de archivo. El resultado es escalofriante: Fue maravilloso, apuntó Gudrun, la hija de Himmler, después de visitar el campo de concentración de Dachau, del que recuerda lo mucho que comió ahí y cuán lindos eran los árboles. La banalidad de la vida cotidiana del clan familiar es aterradora. Mientras el patriarca se desvivía buscando métodos más efectivos de ejecución, le escribía a su esposa: A pesar del trabajo duro, duermo bien.

Los textos de Himmler, quien se suicidó en 1945 al ser apresado por los aliados, exponen la mente perversa de quien es considerado uno de los asesinos en masa más brutales de la historia. A los 18 años, se lamentaba, nadie lo quería; una inseguridad que más tarde compensó con una voluntad de poder implacable. Sus dos obsesiones eran la disciplina y la decencia -de ahí el título del documental-, palabra que repite hasta el cansancio. Los alemanes somos los únicos con actitudes decentes hacia los animales, le comentó a su mujer, mientras viajaba a Auschwitz para supervisar el genocidio de millones de personas.

La ética de la decencia himmleriana -nunca seremos crueles si no es necesario, se lee en una carta- era tan malsana como el resto de la ideología nazi, un tema que todavía parece inagotable. Sólo en la pasada Berlinale, se estrenaron tres documentales sobre ese pasado: por una parte, El decente, al que todas las cadenas televisivas alemanas negaron su apoyo económico, y por el otro, Night will fall y German Concentration Camps Factual Survey, ambos sobre el material filmado por las tropas aliadas al entrar en los campos de concentración, y con el que Hitchcock haría un filme que nunca vio la luz.

Con libros y documentales, Alemania sigue exorcizando las pesadillas que la historia legó a las nuevas generaciones. Himmler estaba consciente de la huella imborrable que dejaría el nazismo en la memoria alemana-la gente hablará de esto por mil años, escribió-, pero no sólo se equivocó en el tono triunfal de sus dichos. También lo hizo al afirmar que su obra sería, como reza aquella famosa frase que se le atribuye, una página gloriosa de la historia que nunca ha sido escrita y que jamás lo será.

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