Por Evelyn Erlij, desde París Febrero 13, 2014

En el imaginario colectivo, Francia es una suma de estereotipos simplistas. El cliché de lo francés sería una mezcla de amor loco por la intelectualidad, de pasión banal por la buena mesa y de culto ferviente al libertinaje. La promiscuidad y la infidelidad son parte de lo que por siglos nos ha llegado como imagen de este país. En los años 60, mientras Marilyn Monroe buscaba trágicamente al amor de su vida, Brigitte Bardot glorificaba, en el cine y en la vida real, sus innumerables amoríos libres. Serge Gainsbourg cantaba sobre tener doce mujeres en la piel, y en su canción más famosa, cuando Jane Birkin le decía  te amo entre jadeos, él le respondía yo tampoco. Para qué hablar de los grandes pensadores. Los engaños mutuos entre Sartre y Beauvoir son hasta hoy el gran drama pasional-intelectual.

Para el pesar de los franceses, esos estereotipos han estado en juego a raíz del affaire Hollande/Gayet. Más que hablar del caso en sí, la obsesión de los diarios galos ha sido fijarse en lo que la prensa internacional dice sobre el país. La periodista Agnès Poirier, del diario inglés The Guardian, resumió así el sentir de sus compatriotas: “Los medios del mundo sólo se interesan en Francia cuando se trata de estereotipos: promiscuidad, grandilocuencia en política internacional, sexo en el cine, dirigismo económico, autoritarismo secular y xenofobia”.

Con el orgullo herido, el pueblo francés ha debido soportar las burlas de la prensa mundial, en particular la inglesa. Durante la visita de Hollande a Londres, The Guardian publicó la foto más ridícula que encontró del mandatario, mientras que un periodista de The Daily Telegraph le preguntó si su vida privada no convirtió a su país en el hazmerreír del mundo. La pregunta tiene sentido. En Francia, el presidente es la encarnación de su pueblo, es el Estado y la nación al mismo tiempo, en palabras de Poirier.

Pero el malestar no sólo tiene que ver con imaginar a un presidente enamorado  mientras el país se hunde en el desempleo. La vergüenza de los franceses también tiene que ver con el pudor. Los límites entre la libertad de expresión y el derecho a la privacidad han estado siempre delimitados: toda invasión de la vida privada es entendida como un acto grotesco que socava la dignidad humana, la democracia y la libertad.

Pero lo que se vivió tras las revelaciones de la revista Closer fue un indicio de un fenómeno que hace rato irrita a Francia: la americanización de la prensa, el triunfo de la presse people como llaman a la prensa de chismes, la que ganó terreno al alero de Nicolas Sarkozy, el primer mandatario en sacar provecho político de su vida sentimental y en farandulizar el arte de gobernar, algo que enroncha a muchos franceses.

Cuando en 1994 Paris Match publicó fotos del ex presidente François Mitterrand junto a su hija ilegítima, fue una década después de que el hecho se supiera, y sólo cuando contó con la venia del mandatario. Veinte años más tarde, los límites del respeto cambiaron, aunque no del todo. El rumor del romance entre Hollande y Julie Gayet (que, a todo esto, produjo las películas Bonsái y La voz en off del cineasta chileno Cristián Jiménez) era mucho más que un rumor y circulaba hace meses, pero para la prensa seria, el presidente seguía siendo una institución y los chismes seguían siendo chismes.    

Al conocerse el affaire, la prensa del mundo se llenó de detalles sobre el amorío, mientras los diarios franceses informaron sobre los ajustes económicos y sociales que anunció Hollande la mañana anterior. En un país sofocado por la crisis y el descontento, ¿cuál es realmente la noticia? Aunque el cliché diga que en este país  el sexo es un casi valor, la prensa francesa tradicional demostró lo contrario.

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