Por Rodrigo Eyzaguirre, desde Nueva York Febrero 6, 2014

Super Bowl y las apuestas van muy de la mano. De hecho, para la inesperada paliza de los Seattle Seahawks a los Denver Broncos el  domingo, los casinos de Las Vegas recibieron US$ 119 millones. Sin embargo, esa cifra empalidece con la apuesta de la NFL de llevar por primera vez el supertazón a la zona de Nueva York y más encima a un estadio sin techo, que podría sufrir el rigor del duro invierno en las ciudades del norte de Estados Unidos.

El riesgo que corrió la NFL es parte de una estrategia de premiar a los equipos y ciudades que renuevan sus estadios. Pasó con Dallas en 2011 y con Indianápolis en 2012. Pero ahí al menos se jugó indoors. En Nueva York -aunque en rigor el estadio está en la vecina Nueva Jersey- el techo retráctil fue descartado por un tema de presupuesto, y aun así los Giants y los Jets se gastaron US$ 1,6 mil millones en construir  este recinto deportivo, que se convirtió en el más caro del mundo.

Ante semejante inversión, en mayo de 2010 la NFL decidió otorgarle a Nueva York la organización del Super Bowl XLVIII, borrando con el codo el reglamento de la liga que exige una ciudad con un promedio de temperatura en febrero superior a los 10 °C.

En ese sentido, la ruleta fue favorable para la NFL: pese a las condiciones gélidas de los días anteriores, el Super Bowl XLVIII comenzó a jugarse con 9 °C, lejos incluso de la mínima histórica para este evento. La fortuna de la liga fue tal que empezó a nevar copiosamente la madrugada del lunes, unas seis horas después de concluido el duelo.

También tuvieron suerte con el rating, ya que el fácil y poco atractivo triunfo de los Seahawks igual se convirtió en el programa más visto en la historia de la TV estadounidense, con un promedio de 111,5 millones de televidentes. Según los especialistas, todo el morbo previo por el clima contribuyó a ese récord.

Sin embargo, donde los dados no rodaron a favor de la NFL fue en la organización del transporte público, ya que la expectativa del uso de trenes fue largamente sobrepasada por los más de 30 mil hinchas que usaron el sistema: las combinaciones desde Manhattan hacia el estadio en Nueva Jersey fueron lentas antes del duelo, pero simplemente colapsaron después del encuentro.

Con urgencia se pedía por los parlantes del estadio que los espectadores esperaran en sus asientos ante la congestión en la estación de trenes que está junto al MetLife Stadium, e incluso la organización tuvo que habilitar salones especiales para que la gente, especialmente los niños, no esperaran al aire libre. La situación se normalizó recién dos horas y media después del partido.

También hubo enojo de neoyorquinos y turistas por el SuperBowl Boulevard que la NFL instaló en Broadway, entre la concurrida Time Square y la Calle 34 de Manhattan. El parque temático que en otras ciudades se ha levantado en amplios centros de convenciones, esta vez fue instalado en calles que se hicieron estrechísimas y más encima al aire libre.

Sumas y restas, la NFL zafó en su apuesta, pero es más que discutible que pueda volver a correr un riesgo similar. Por lo pronto, las tres siguientes finales vuelven al patrón de ciudades con clima benevolente en Phoenix, San Francisco (donde se construye un modernísimo estadio) y Houston. Y la próxima apuesta de la NFL sería una más grande aún: sacar por primera vez el Super Bowl de Estados Unidos y llevarlo a Londres.

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