Por Eric Parrado, economista, desde Davos Enero 23, 2014

El pequeño resort alpino de Davos acoge las reuniones anuales del Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés)  en su 44 edición, en un contexto de relativo optimismo. Las reuniones de Davos se han hecho globalmente conocidas por ser una amalgama en que la elite mundial discute los riesgos y las grandes tendencias de nuestra sociedad global. Pero al mismo tiempo se ha transformado en un lugar de reflexión de temas de largo plazo. Y esto claramente se valora. Es una instancia en que autoridades, empresarios, académicos, científicos, representantes de la sociedad civil y emprendedores de todo tipo se reúnen para discutir tópicos tan distintos como la ética del sistema capitalista, el incremento de las olas migratorias, la salud mental y el nuevo contexto digital, solo por mencionar algunos. Pero el tema que se ha tomado la agenda ha sido la (mala) distribución del ingreso a nivel global y también la que sufrimos a nivel nacional.

A pesar de que el WEF no identifica la “severa disparidad de ingresos” como el principal riesgo a nivel global, este tópico se ha tomado la agenda de todas las sesiones de Davos. Dentro de los riesgos globales, el WEF identificó los relacionados con las crisis financieras, el desempleo y el subempleo estructural, la crisis del agua y las fallas en la mitigación del cambio climático. Pero el aumento de la brecha entre ricos y pobres es el tópico que une de alguna manera a todos los demás. Por lo tanto, colocar este tema en la palestra mundial es un logro de muchos, pero claramente no es suficiente.

Todos quedamos muy bien hablando de lo nocivo que es la mala distribución del ingreso, pero estamos al debe cuando se trata de ser efectivos o simplemente de cambiar el statu quo. Ahora hay que dar pasos atrevidos para transformar nuestra sociedad haciéndola más justa y empática con los que nacieron en condiciones desfavorables.

Chile claramente no está ausente de esta discusión. Lo malo es que la idea de cambiar el status quo se ha transformado en algo negativo, porque creemos que para que gane un grupo, alguien tiene que perder. Esa lógica hay que cambiarla y pensar que todos tenemos que ganar a pesar de, por ejemplo, pagar más impuestos para redistribuir de mejor forma. Hay que cambiar hasta el lenguaje y transformar la percepción negativa de la redistribución en un concepto de integración de nuestra economía y nuestros talentos.

La concentración de ingresos en manos de unos pocos representa una amenaza significativa para una sociedad más inclusiva. Ahora sólo falta el coraje político para que el famoso buen ejemplo chileno se siga escuchando en las discusiones de Davos.

Relacionados