Por Edmundo Paz Soldán Enero 2, 2014

© Edmundo Paz Soldán

Visité en San Francisco Dissident Futures, la exposición sobre futuros alternativos posibles organizada por el Yerba Buena Center for the Arts. Es natural que un museo del área de la bahía ofrezca esta exposición; en esta región se encuentran algunos de los más influyentes creadores del futuro. Silicon Valley está a menos de dos horas de aquí, y Berkeley y Stanford, con sus laboratorios de investigación de alta tecnología, también están cerca. Por supuesto, por más que uno se esfuerce en imaginarlo de la manera más pragmática y detallada posible, el futuro nunca es lo que queremos que sea, y esta región también es ideal para explorar cómo las más bienintencionadas utopías pueden convertirse rápidamente en distopías. En los años 60, San Francisco fue uno de los centros del movimiento hippie, con el sueño de un mundo posible para todos, una comunidad universal. ¿Quién hubiera pensado que el boom tecnológico experimentado por esta región en los últimos veinte años habría producido aquí una suerte de versión sofisticada de Los juegos del hambre, con una ciudad que sigue siendo liberal, pero es cada vez más excluyente por lo caro que se ha vuelto vivir en ella?

En una exposición como Dissident Futures, la división entre artista y científico resulta obsoleta a la hora de imaginar el futuro. Los artistas deben tener una mirada científica y cierto dominio de las nuevas tecnologías; los científicos visionarios necesitan tener una imaginación de artista para conjugar futuros posibles. Así, todo posible invento en un laboratorio puede ser entendido como una instalación artística, y los cuadros posapocalípticos de un pintor la base para explorar científicamente nuestros futuros posibles. De esa hibridez conceptual salen los proyectos más interesantes de la muestra.

Imaginar el futuro significa dar cuerpo al presente, a ciertos sueños, ansiedades y pesadillas de hoy. La exposición recibe al visitante con un ruido de estática y varias pantallas con escenas de metal compactado: es Cyber Landscape, de Kamau Amu Patton, quien filmó horas de material en una compañía dedicada a la basura electrónica. En un circuito infinito, la basura electrónica compactada parece un cuadro de Pollock, y esa estática permanente es el “ruido blanco” del futuro. El fotógrafo Trevor Paglen, quien también es geógrafo, captura otras imágenes que aluden a un futuro que de pronto se ha vuelto de actualidad: las actividades militares clasificadas de EE. UU. Paglen fotografía satélites de reconocimiento orbitando en el espacio; en medio de las estrellas, observándonos todo el día, transmitiendo su información a la omnipotente NSA. Con sus fotos, Paglen es al mismo tiempo un artista y un periodista de investigación, trabajando al límite de lo que puede hacer la fotografía documental. 

Algunos de estos futuros imaginados cuestionan al sistema capitalista: The Otolith Group se enfoca en las pantallas táctiles de nuestros celulares y tabletas, formatos digitales que todos los días, entre aplicaciones y emoticones, van introduciendo la ideología del capital en nuestros “espacios psicológicos y emocionales”; David Huffman, pintor “afro-futurista”, se inventa el “traumonauta”, un ser africano-americano del futuro que representa a las minorías raciales oprimidas; Melanie Gilligan trabaja los resultados distópicos de la crisis financiera de 2008. No hay muchos espacios para la esperanza en estos futuros.

Los de Future Cities Lab, un grupo de científicos y artistas liderados por Jason Kelly Johnson y Nataly Gattegno, se atreven, en cambio, a ser más optimistas, y reimaginan San Francisco como una ciudad ecoamigable, con jardines, parques acuáticos y granjas hidropónicas. Una ciudad verde para el ser humano del futuro, un individuo consciente de la necesidad de establecer una relación orgánica con su entorno. El problema, sin embargo, es que no sabemos cómo será ese ciudadano; Lynn Hershman Leeson hace instalaciones que muestran el impacto de la tecnología biológica en nuestra propia identidad. ¿Cómo evolucionaremos, ahora que el ADN puede ser programado?  

William Gibson escribió alguna vez:“El futuro ya ha llegado, sólo que está distribuido de forma desigual”. El futuro no siempre se comportará como el futuro; habrá también espacio para tradiciones ancestrales, como muestra Neïl Beloufa, que hace “documentales de ciencia ficción etnológica”. Beloufa entrevistó a los jóvenes de un pueblo en Mali y les pidió que hablaran en presente de cómo concebían el futuro. El resultado es fascinante: de esas voces surge un mundo animista, donde los seres humanos hablan con las vacas y se casan con ellas. Entre tanto sueño y pesadilla tecnológicos, ése fue uno de los futuros que me resultó más creíble y conmovedor.

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