Por Diego Zúñiga Contreras, desde Núremberg Diciembre 19, 2013

Además del indudable atractivo turístico, la Tribuna del Campo Zeppelín, el lugar desde donde Adolf Hitler se dirigía a sus seguidores en Núremberg, ha servido desde 1945 para: mirar carreras de autos y competencias de motos, acoger a los asistentes al congreso mundial de los Testigos de Jehová de 1967 y mirar marchas de los soldados de Estados Unidos estacionados en la zona tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y ahora también como motivo de debate sobre la importancia de mantener el legado del Tercer Reich para que la historia no vuelva a repetirse.

Erigida bajo las órdenes del arquitecto Albert Speer en el marco de un megaproyecto para acoger los congresos del Partido Nacionalsocialista Alemán, hoy sus ruinas, que es lo que va quedando de aquella faraónica obra, suponen un problema para la ciudad. Sobre la mesa del alcalde, el socialdemócrata Ulrich Maly, está el plan de 70 millones de euros para su remodelación.

El problema no es el dinero, sino las dudas éticas que provocan en Alemania los asuntos vinculados al nazismo. Hoy, la tribuna está en un abandono casi absoluto. Por aquí y por allá las rocas ceden y dejan a la vista los ladrillos interiores. La humedad carcome las esquinas y unas improvisadas mallas intentan poner a resguardo a los visitantes, por si a las zonas superiores se les ocurriera derrumbarse.

La tribuna es uno de edificios que queda del proyecto nazi de construir al sur de Núremberg una verdadera ciudad para las reuniones del partido. Los otros son la Gran Vía, el altar en Luitpoldhain, el estadio municipal, y el Palacio de los Congresos, que alberga a la sinfónica y al Dokuzentrum, un museo  asombroso sobre ese aciago período.

El legado de la arquitectura nazi ha supuesto un problema desde que terminó la guerra. Ya en 1962 se debatía sobre qué hacer con el Palacio de los Congresos, un edificio que intenta emular (con éxito, digámoslo) al Coliseo Romano. Se pensó en un estadio gigantesco y un centro comercial. Recién a comienzos de la década pasada se dio con la opción adecuada: un museo para recordar la tragedia. Luego la discusión se trasladó a diez minutos a pie a través de un parque: al Campo Zeppelín.

Los turistas disfrutan sacándose fotografías en la tribuna donde hablaba Hitler. La diferencia es que, en vez de filas de hombres milimétricamente formados, ahora se ven las canchas de entrenamiento del FC Núremberg. La ciudad recibe divisas gracias a la tribuna y ciudadanos de distintos países muestran un genuino interés por el legado histórico nazi. Entonces, ¿por qué no invertir ahí?

“¿De verdad queremos reconstruir todas las ruinas de Adolf?”, es la contrapregunta del arquitecto Josef Reindl. En el periódico Süddeutsche Zeitung, este miembro de Baulust, una asociación de arquitectos, ingenieros y artistas, expone sus razones para cuestionar la medida. Para Baulust, una reconstrucción conlleva reparos morales. Pero el alcalde Maly pretende poner el dinero no para “embellecer” el lugar, como aclaró, sino para dejarlo como legado del terror. Su miedo es que si no se hace nada, la tribuna se derrumbe y adquiera un carácter simbólico para los neonazis.

Ya en septiembre de 2011 se barajaba la opción de remodelar la obra, pero la discusión se postergó debido a las discrepancias. Pero ahora el alcalde Maly pretende que los trabajos comiencen en 2014. “El Campo Zeppelín no es un edificio clásico, sino un lugar que debe permanecer para las futuras generaciones como centro de aprendizaje”, afirma una y otra vez la autoridad, intentando convencer a los escépticos. La positiva experiencia del Dokuzentrum juega a su favor, creen en el municipio, donde sentarse a esperar el derrumbe de la tribuna es una alternativa que nadie baraja.

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