Por José Jiménez, desde París Noviembre 7, 2013

Aparece de tiempo en tiempo y resulta ineludible. Decisiones que buscaban la simpleza, la espontaneidad, el aislamiento, pero que de pronto toman otro cariz. Revelan algo mayor, algo que se pensaba fuera de cuadro. El abandono de su carrera en el punto más alto. Retirarse de las grandes ciudades. De los grandes temas. De los foto reportajes por el mundo. Se interna en la cordillera, se vuelca a una exploración espiritual y personal. A la vida rural. Muere, hace casi un año, en ese estadio, en esa imagen, buscando la pureza del gesto. Eso lo mitifica, lo levanta y lo trae, a pesar de sí mismo, de vuelta y con más fuerza a ese plano donde pensaba no figurar. De tiempo en tiempo aparece, de nuevo, y su figura se expone más nítida.

Sergio Larraín está de vuelta en París. La Fundación Henri Cartier-Bresson presenta en este momento la exposición Vagabondages. Sus series de Londres, de París, Italia. De los niños abandonados en Santiago y sus recorridos por América Latina. Su trabajo con Neruda. Sus  libros posteriores, en el pueblo nortino de Tulahuén. Y claro: Valparaíso, serie aparte que para muchos es su gran legado.

Parece una broma del azar. Cuando llegó a París, su obra toma otro vuelo y comienzan sus aprehensiones por la mercantilización. Operar una cámara para rescatar la simpleza del gesto, las sombras, la marginalidad. Y por el otro lado las exposiciones, la vida social, el reconocimiento. Se refugia en sus fotografías y sobre todo en Valparaíso, hasta que a mediados de los 70, decide dejarlo todo.

Luego aumentan sus reticencias hacia la publicación de sus obras, hasta que en 1999 lo pide explícitamente. Y después de todo, de su muerte, termina aquí: en París, otra vez. Vuelve a aparecer. Gigantografías  promocionando su exposición. Más lejos, alguna de sus obras instaladas en el Moma. Ensayos, investigaciones, documentales, prensa. El mito. Este año,  se presentó su retrospectiva en Los Encuentros Arlés, uno de los festivales de fotografía más reputados, y donde fue el invitado principal. Ahí se lanzó una monografía completa sobre su obra, que se exhibirá en Chile en 2014 en la misma gira de esta exposición.

En ese contraste, que va más allá de él mismo, se vislumbra el misterio de Larraín. Una cámara oscura, cerrada, que de pronto deja entrar un hilo de luz que va quemando y trazando las fotografías. Ahí, en proceso de revelado, aparecen las imágenes, pero más importante, aparecen las figuras que se sentían pero no estaban ahí. El fotógrafo no es más que un médium de algo que va más allá, de una realidad que funciona con otra lógica. De algo que no se ve, en apariencia.

La imagen de Larraín se revela a pesar de sí misma. Y de tiempo en tiempo, aparece.

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