Por Andrés Gomberoff, académico UNAB Octubre 31, 2013

La ciencia es hermosa. Es lo que tratamos de evidenciar periódicamente desde esta tribuna. La ciencia es juego, es exploración, es observación desde una posición de privilegio. Es derrumbar las barreras biológicas y observar el universo en toda su magnitud, penetrando, armados con nuestro intelecto, desde las profundidades de los átomos a los confines más alejados del universo. Pero la ciencia, como todo, tiene su lado oscuro. Uno que florece cada vez que se hace necesario discutir sobre su financiamiento y su institucionalidad. Entonces, parafraseando al gran Lou Reed, poeta y músico que nos dejó hace una semana, damos un paseo por el lado salvaje. El lado salvaje de la ciencia. Y es que los científicos casi nunca estamos de acuerdo en cómo o cuáles de nuestras actividades debe o no ser financiadas. Debates más apasionados de lo imaginable se suceden en cafeterías y oficinas de cualquier facultad que se precie de cobijar algo de investigación. Qué si el dinero tiene que ir directo a los investigadores o a las universidades, que si se debe o no definir áreas prioritarias, que si sólo importa la excelencia o hay que tener en cuenta la aplicabilidad.  Que si se deben financiar individuos o grupos colaborativos. Que si  debe haber un ministerio de ciencia u otro tipo de institucionalidad. Pero hay un terreno común que creo poder afirmar que la gran mayoría de los científicos defenderemos juntos: el programa Fondecyt.  Es así como las últimas noticias que han llegado sobre el proyecto de presupuesto 2014 para Conicyt le han echado más leña al lado salvaje. En particular, el presupuesto para el programa Fondecyt subiría sólo un 16% respecto de este año.   A pesar de que se trata aparentemente de buenas noticias, este aumento tendría como consecuencia que el 2014 se financiaría la mitad del número de proyectos nuevos que se cubrió este año. Esto sucede porque el gradual y celebrado  aumento presupuestario de años anteriores amarra un aumento para  los años siguientes  de modo de continuar financiando proyectos adjudicados años anteriores, y cuya duración varía entre dos y cuatro años.

Fondecyt es el más antiguo y prestigioso instrumento concursable de financiamiento público de la ciencia en Chile. Funciona desde 1981, y se caracteriza por apoyar proyectos de investigación de científicos individuales, sin importar la institución desde la cual postulan y teniendo como único parámetro la excelencia. Claro que no siempre es fácil medir excelencia, ni siquiera en actividades aparentemente tan objetivas como la ciencia. Fondecyt, a través de un gran grupo de pares evaluadores organizados en grupos de estudio especializados en las distintas disciplinas, ha conseguido con los años calibrar lentamente un sistema que, con todos sus problemas, difícilmente podría funcionar mejor. De allí el prestigio y admiración ganados. De allí que para los científicos sea tan importante ganar un proyecto Fondecyt, a pesar de que existen otras formas de financiamiento económicamente más generosas.

Es por eso que los poco más de 200 millones de dólares que Fondecyt inyecta anualmente  al ecosistema científico nacional son el sustrato  primordial de la actividad. Su impacto en la historia de nuestra ciencia es clara, y evidenciada en numerosos estudios.  Es responsable principal de la alta productividad y calidad de la ciencia chilena, que según el último informe cienciométrico encargado por Conicyt a Scimago, se ubica en el lugar 27 en el mundo del ranking de citas por artículo publicado.

Fondecyt financia la excelencia. Independiente del origen, independiente del área y de si el proyecto tiene aplicaciones inmediatas. Porque como hemos dicho muchas veces, la ciencia no debe ser impulsada por la tecnología. Es la tecnología la que debe ser impulsada por la ciencia, y por un ambiente intelectual abierto a lo desconocido, preparado para lo inverosímil, para lo disparatado. Para la revolución intelectual. La ciencia ha alimentado siempre a la cultura y la civilización con esta visión lúdica, anclada al placer intelectual y a la estética. Quizás por eso, como científico, me siento más cerca de un Lou Reed que,  digamos, de un Steve Jobs. El músico que recogía los despojos más marginados de la sociedad para transformarlos en magia, en poesía, en civilización. Lou Reed se convirtió en uno de los pilares de la cultura norteamericana. En uno de los inventores de la Nueva York contemporánea (una importante aplicación, después de todo).

Quizás lo más preocupante del anuncio del proyecto de presupuesto 2014 no es el recorte. Es la poca relevancia que le damos a una actividad que se sabe fundamental. Que se sabe constructora de civilizaciones. En medio del candor electoral de la ciencia poco se habla. Y si se habla, se hace más sobre su localización. Unos proponen que salga del Ministerio de Educación y se sitúe en el Ministerio de Economía. Otros prefieren que Conicyt se transforme en un organismo autónomo. Hay un candidato que incluso quiere llevarse la institucionalidad de la ciencia a Concepción. Es así como impera una sensación de incertidumbre e inestabilidad. De ansiedad. Es análoga a la que Reed describía en relación a un quiebre matrimonial, “Maybe I should move to Rotterdam/maybe move to Amsterdam/I should move to Ireland, Italy, Spain/Afghanistan where there is no rain/Or maybe I should just learn a modern dance”.

Lo fundamental no es dónde estemos.  Ojalá estemos en todas partes. Lo que requerimos es una institucionalidad básica que nos dé estabilidad. Ahora bien, es importante decir que los científicos tenemos un gran grado de responsabilidad en todo esto.  Que son pocos los que han salido de sus laboratorios. Pocos los que han pretendido transformar en magia  y civilización el oscurantismo que encuentran en el camino. Curiosamente, Reed había escrito en su sitio web en  junio pasado, poco después de recibir un transplante de hígado: “soy un triunfo de la medicina moderna, de la física y de la química”. Fue un triunfo breve. Pero estamos convencidos de que los que vienen serán duraderos y mucho más hermosos.

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