Por Andrés Gomberoff, académico UNAB Octubre 10, 2013

“Este verano descubrí algo completamente inútil”, le escribió un joven físico inglés a un colega en 1964. Hoy, casi 50 años después, Peter Higgs está recibiendo el premio Nobel de Física, junto al belga François Englert por aquel descubrimiento. Este último había llegado, simultáneamente, a las mismas conclusiones que Higgs en un trabajo en colaboración con el ya fallecido Robert Brout.  

La utilidad del descubrimiento de los galardonados quedó rápidamente de manifiesto.  Se trata de lo que hoy se conoce como el mecanismo de Brout-Englert-Higgs, responsable de dar masa a las partículas elementales. Dicho mecanismo, una de cuyas consecuencias es la existencia del famoso bosón de Higgs, es una construcción teórica sencilla y elegante, que pocos años después fue utilizada para explicar por qué ciertas fuerzas nucleares sólo son perceptibles en el interior del núcleo a pesar de que son de la misma naturaleza que la fuerza electromagnética, cuyo alcance es infinito.

Era inimaginable, por lo tanto, que los académicos suecos no acompañaran el entusiasmo desatado el 4 de julio del año pasado, cuando el CERN anunció el descubrimiento de una nueva partícula que tiene todos los atributos del bosón de Higgs. Después de 50 años de cacería, la partícula que el modelo predecía caía en las redes de los físicos.

La actitud inicial de Higgs respecto de su descubrimiento es consecuente con su personalidad. Hombre reservado,  humilde y bonachón, abandonó la investigación científica cuando consideró que no tenía nada más que decir. Nunca vaciló en reconocer la primacía del trabajo de Brout y Englert. El año pasado, este científico solitario y austero, confesó a uno de los autores de este posteo que ante una llamada de Estocolmo era probable que no atendiera al teléfono, porque no suele hacerlo cuando llaman desconocidos.

Englert, por el contrario, es extrovertido, jovial y risueño. Se mantiene activo y entusiasta, lidiando con los temas de frontera de la física teórica, en los que realizó contribuciones de relieve. En noviembre del año pasado celebró sus 80 años. Se hicieron presentes Fabiola Gianotti y Joe Incandela, voceros de los experimentos del CERN que realizaron el hallazgo, para ayudarle a empezar a saborear las mieles del logro alcanzado.

Es curioso que estos dos hombres, tan caracterizadamente disímiles como dos personajes de las vidas paralelas de Plutarco, hayan coincidido  con precisión quirúrgica en el dominio de las ideas y de los sueños. Hasta el año pasado, en el evento en que los científicos del CERN anunciaron el hallazgo de una partícula consistente con sus predicciones, Englert y Higgs jamás se habían cruzado. Dentro de poco más de dos semanas se verán las caras nuevamente en Oviedo, cuando reciban el premio Príncipe de Asturias. Más tarde lo harán en Estocolmo, y es fácil prever que en muchos otros sitios de aquí en más.

El anuncio de adjudicación de los premios Nobel de Física este martes tuvo un retraso de una hora. Es que Higgs, tal como había anunciado, no contestó el teléfono. Incómodo con la bronquitis que lo afecta, decidió salir de vacaciones por unos días, instruyendo a las autoridades de la Universidad de Edimburgo para hacerse cargo de las conversaciones en caso de que recibiera la noticia que con seguridad preveía.  Englert, por el contrario, recibió la llamada con  entusiasmo y buen humor. “Se podrán imaginar que esto no es demasiado desagradable. Estoy muy, pero muy contento”,  declaró a la prensa.  

Dos hombres disímiles. Dos idiomas, dos estilos, dos culturas. Pero unidos por una idea que concibieron al unísono, sin siquiera enterarse. Dos hombres que hoy, pasados los 80 años, se encuentran en la vida real, cuando son reconocidos con los máximos honores que el intelecto  pueda recibir. 

Quizás ahora  sus caminos se acerquen. Quizás, por qué no, tejan una amistad. Quizás en la última etapa de sus vidas, tengan juntos otra idea inútil que desvele a varias generaciones de físicos por los 50 años que siguen.

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