Por Diego Zúñiga Contreras, desde Alemania Septiembre 26, 2013

No es especialmente simpática, ni buena oradora, ni cercana. El fenómeno electoral de Angela Merkel, a quien pocos le auguraban un futuro político que saliera de la mediocridad cuando fue nombrada ministra de la Mujer y la Juventud en diciembre de 1990, tiene de cabeza a los analistas del país. Algunos apuntan  que las elecciones donde la Unión Cristiano Demócrata (CDU) obtuvo el 41,5% de los votos es, ante todo, un triunfo personal de la mujer más poderosa de Europa. La pregunta, entonces, es qué tiene esta política de 59 años que opaca a todos. La explicación ni siquiera parecen tenerla sus aliados menores en la actual coalición de gobierno, los liberales del FDP, arrasados al nivel de quedar fuera del Bundestag por primera vez en la historia, pese a tener a sus principales figuras en puestos clave de la administración. Merkel, dicen, es como una araña que se come a sus compañeros. ¿Por qué? 

La canciller es, de alguna forma, esa madre correcta, seria y ecuánime que, al mismo tiempo, es incapaz de expresar afecto. Esa madre seria cuya única sonrisa anual es atesorada como un bien valioso in extremis. Porque cuando Merkel se ríe, la prensa tiene tema para llenar sus páginas, como ocurrió el 22 de septiembre, cuando dijo que el triunfo era un “súper resultado” y mostró todos sus dientes.

Otro fenómeno más dentro del fenómeno Merkel: pese a ser matemáticamente aburrida, su imagen vende. Sus fotos descansando en una isla italiana junto a su esposo, el siempre invisible Joachim Sauer, fueron comentario obligado en su momento. Más cuando rompe con la sobriedad que se espera de ella, como en abril de 2008, cuando se presentó en una gala en Oslo con un escote demasiado pronunciado y los flashes se cansaron de iluminar esa específica zona de su cuerpo.

Más allá de estas anécdotas, que igual ayudan a entender qué sucede con el fenómeno electoral de la canciller, lo que trasunta Merkel es seguridad. Ella refleja eso que los alemanes se esfuerzan tanto en mostrar: que son ordenados, respetuosos, correctos y confiables. Además,  reposicionó al país como una potencia europea y, por extensión, mundial. 

Si a eso sumamos un poco de humanidad, tenemos una fórmula infalible. La canciller compra habitualmente en un supermercado cerca de su oficina, en el centro de Berlín, y fue captada por el periódico Bild, el más leído de Europa y el epicentro del cotilleo farandulero y político alemán, comprándole una revista a uno de los cientos de muchachos que intentan reinsertarse en el mercado laboral promocionando publicaciones editadas por instituciones caritativas. Ese solo gesto vale varios puntos en las encuestas.

Todo ello ha creado la imagen de una autoridad respetable. En el extranjero, Merkel es vista como una figura que sabe gobernar, que ha guiado a Alemania por el camino de la prosperidad, y que puede ratificar todo con cifras positivas. Ella misma recalca en las entrevistas ese punto. Un ejemplo: la CDU compró una página de la revista Einkauf Aktuell, que llega los sábados a las casas alemanas con publicidad y la programación televisiva. Un día antes de la elección, la canciller apareció ahí recordando que “nunca antes tantas personas tuvieron trabajo en Alemania. Nuestros jóvenes tienen las mejores oportunidades para capacitarse o encontrar puestos de empleo. La economía crece, los salarios se incrementan y hay pensiones aseguradas”.

A comienzos de los 90, Merkel llegó como una simple ministra al Gobierno, puso orden en una CDU que veía desde la oposición el juego del poder, superó las barreras machistas que le impusieron dentro de su propio partido y ha manejado Alemania de forma adecuada. Cuestionarla o enfrentarla es condenarse al fracaso, como lo probó Peer Steinbrück, el candidato opositor del Partido Socialdemócrata alemán, que optó por una estrategia confrontacional en la campaña y en el debate televisivo entre él y la canciller, con los resultados por todos conocidos. En ese “duelo” Merkel repitió lo que dijo en todas sus actividades proselitistas, mantuvo su tono de voz sin matices, pero también exhibió la tranquilidad que le fue tan esquiva a un Steinbrück inteligente, irónico, pero irascible y poco claro. 

Cuando parte importante de Alemania se inundó por las lluvias que colapsaron los ríos del sur y del este, la canciller salió a terreno con botas. Es una mujer de acción. Cuando se reúne con las máximas autoridades del mundo, se para de igual a igual y en general dicta las políticas económicas de Europa. Es una mujer de decisión. Y también es una mujer inmune a los problemas. A Merkel, conocida como “la canciller de teflón”, todo le resbala. La crisis por el espionaje por parte de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) no afectó su popularidad. Su ausencia de los grandes temas, donde suele ser reemplazada por el ministro de Exteriores Guido Westerwelle, tampoco. La mejor prueba es que cuando se reunía con ciudadanos durante la campaña, éstos le preguntaban a la canciller por las verduras que cultiva en su jardín y por su marido, nunca por los grandes temas. Tal vez ahí está la clave de todo: los alemanes confían en Merkel y la dejan hacer. Total, hasta ahora, les ha resultado bastante bien. 

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