Por Camilo Feres Septiembre 5, 2013

Si se tratara de un gobierno con mayores activos y que tuviera en frente a una oposición menos cohesionada, las declaraciones del presidente Piñera con ocasión de la conmemoración de los 40 años del golpe de Estado hubiesen generado un estruendo mayor.

Su autocrítica, a la que sumó  a periodistas, jueces y políticos (incluida su candidata), ha de ser la más amplia y descarnada realizada por un presidente en ejercicio a este respecto. A este respecto, Piñera fue más lejos que Bachelet, que Lagos y por cierto que Frei. 

Pero los efectos políticos de las declaraciones del presidente van mucho más allá de un vistoso adelantamiento por la izquierda a sus predecesores y guardan relación más bien con el rol que le tocará jugar a Piñera en la historia del fin de la transición y en la reformulación de la derecha con miras al ciclo político que comienza. Con su jugada, el mandatario profundizó la división entre una derecha cuyo referente es la dictadura y otra que en adelante competirá desde un nuevo partidor.

Para la nueva generación de políticos del sector, Piñera será un referente múltiple: su gobierno la cuna pública de muchos y la referencia o botón de muestra de la mayoría. Tras su mandato, la derecha podrá mostrar legítimas credenciales democráticas tras haber accedido al poder por los votos, haber gobernado con apego a la regla de mayoría y tener, en base a ello, un conjunto de políticas públicas propias para mostrar.

En el futuro cercano, la hoy sí “nueva derecha” comenzará con la libertad de no tener a la dictadura como medida de gobierno y a esto, que bien valdría por sí mismo una animita para Piñera, se le suma la posibilidad de comenzar a competir sin el pecado de origen que implica el comulgar por acción u omisión con la brutalidad de un régimen imposible de justificar con arreglo a la teoría del contexto, tan usada durante la transición.

Así, la ya casi enterrada idea de una nueva derecha asoma, paradojalmente, ligada a un hito que lleva cuatro décadas y un gobierno que ya está en los descuentos y con pocas posibilidades de extenderse. Lo llamativo, eso sí, es que al trazar la línea divisoria en lo que podríamos llamar un pre y post pinochetismo, Sebastián Piñera ha vuelto a dejar off side a buena parte de su sector. Contra los pronósticos, Piñera podría lograr un objetivo político mayor: cerrar por fuera la puerta de la transición, dejando dentro de ella a la mayoría de quienes lo han acompañado, y mantener vigentes sus opciones para ser parte de lo que emerja la mañana siguiente. Desde la perspectiva de la resiliencia política, lo de Piñera es un caso de estudio.

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