Por Camilo Feres Agosto 22, 2013

La histórica oferta de candidaturas presidenciales inscritas esta semana ante el Servel ha despertado todo tipo de suspicacias y especulaciones sobre los efectos que esta suerte de fonda electoral tendrá en la sobrevalorada predictibilidad del sistema político nacional. La pregunta se ha instalado ¿está siendo superado el modelo político de la transición?

Algunos análisis se han centrado en el efecto electoral, donde el sentido común apunta a una mayor probabilidad de una segunda vuelta derivada de la multiplicidad de alternativas. 

Otros han relevado los impactos prácticos, en los que se anotan desde el tamaño que deberá tener el voto, hasta los problemas para organizar las franjas y debates televisivos para que quepan, equitativamente, los  hasta ahora nueve candidatos a La Moneda. 

Pero esta profusión de aspirantes presidenciales no es sino una más de las muchas particularidades de este proceso electoral,  que ha estado marcado por sucesivos intentos de procesar una renovada diversidad de proyectos y agendas políticas de diverso cuño. 

La elección en marcha ha estado precedida por primarias presidenciales en las dos coaliciones principales; por primarias parlamentarias legales y convencionales en cada lado y por la emergencia de nuevos partidos y “colectivos” con cupos (y “dedazos”) electorales en cada vereda del espectro político.

Súmese a esto los valientes retadores fuera de pacto; los independientes inscritos por firmas para las parlamentarias y las presidenciales; las dos duplas entre las que se debatió la Alianza por Chile para terminar con una candidata que no integró ni una de éstas. Los que se fueron y volvieron; los candidatos de segundo aire; los “ex algo” que hoy son “aspirantes a”; los resucitados y los muertos que cargan adobes…. ¡Y los “Cores”! Con justa razón los militantes del partido del orden corren en círculos ante este río revuelto del que algún pescador sacará ganancias.

Ante nuestros ojos, la política se pone, a punta de estertores, a tono con la mayor diferenciación de una sociedad más moderna y exigente. Molestias más o menos, lo cierto es que la promesa de inclusión mediante reglas claras y parejas está siendo exigida en cada rincón y cada vez con mayor propiedad. 

Con todo, lo que cada día es más evidente es que las reglas de nuestra democracia -creadas a imagen y semejanza de un sueño bipartidista y como cerrojo para evitar la pesadilla de los tres tercios- están haciendo agua por los cuatro costados. Ya ni el binominal ordena la dispersión de identidades políticas que han despertado junto al nuevo ciclo que se abre.

El consenso de la transición descansó en los traumas de la generación que le dio forma y en la distribución en partes equivalentes de poder entre los distintos polos de ésta. Pero al salir la Concertación del gobierno la paridad en la mesa del poder se rompió y todo lo que antes era razón de Estado comenzó a presentarse como injusto. Una vez fuera, los vacíos de la democracia de los acuerdos se llenaron con gran velocidad y ahora son muchos los que pugnan por liderar las banderas en cada uno de ellos.

Los actores políticos están actuando acorde a los incentivos del sistema y miden fuerzas con la expectativa de sentarse a la mesa en mejores condiciones que las que históricamente se les ofrecieron. Así como las bolsas anticipan el rumbo de la economía, los agentes del mercado político intuyen que -al menos- se ha abierto una disputa por el segundo lugar y esto está en la base del incremento de los apostadores. 

Así y todo, es evidente que democracia y participación ya no pueden ofrecerse sólo en la medida de lo posible. Quienes hoy ven con preocupación que nueve candidatos lleguen, en tres divisiones distintas, a disputar la primera magistratura del país, debieran ser los primeros que digan presente cuando se discuta un nuevo conjunto de reglas para procesar las diferencias y subjetividades de este Chile 2.0.

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