Por Pablo Romero, S.J. Agosto 1, 2013

La consigna abundó entre los más de dos millones de jóvenes que se encontraron en Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ): “¡Es-ta-es la- juventud- del-Papa!” ¿Quiénes son esta juventud? ¿Quiénes son los que repletaron Río? 

Se equivocan quienes creen que lo que predominó allí fue la juventud que podía pagar esos pasajes de los bolsillos de sus padres. “Completadas bailables” en Chile y sus analogías en todo el mundo, más el financiamiento de la Iglesia, permitieron que cientos de miles pudieran viajar.

También se equivocan quienes creen que lo que predominó fue el catolicismo más apegado a la letra del magisterio y defensor de las causas predilectas del Vaticano en los últimos 30 años. Esta juventud también sigue siendo una pequeña minoría.

Lo que llenó la playa de Copacabana al ritmo de los tambores brasileños, fue una juventud que antes de cualquier adhesión intelectual a tal o cual doctrina, ha tenido el privilegio de seguir encontrando en las comunidades de la Iglesia y en la experiencia del Dios cristiano un espacio de acogida, sanación y reconocimiento. Su relación con todo ello, por lo mismo, es ante todo afectiva. No abundan, por ello, los grandes líderes ni los jóvenes más populares. De hecho son los que, en medio de un contexto hostil, donde prima la ley de la selva y la competencia, suelen necesitar más protección.

La Iglesia estos últimos 30 años ha seguido apañando a estos jóvenes. Y muchos de ellos sienten gratitud y alegría de ser cristianos. En la Iglesia y desde ella, sienten más fuerza para sacar su propia voz sin miedos.

Ahora bien, Francisco lo sabe y lo ha dicho: La Iglesia no ha podido llevar a plenitud esta acogida a los jóvenes. Y esto ha significado que en todos los países la adhesión a la institución y a la fe católica disminuyera brutalmente en ese núcleo. Este grupo de “acogidos” es cada vez menor. 

¿Quiénes son los que NO han llegado a Río ni tampoco suelen llegar a parroquias y movimientos? ¿Quiénes NO son “la juventud del Papa” aunque probablemente a Francisco le gustaría que mejor fuesen “la juventud de Jesús”?

Primeramente, los que se rebelaron. Son los que fueron católicos agradecidos hasta la adolescencia pero a quienes los anacronismos de la Iglesia, su obsesión por cierta pureza sexual, y el autoritarismo de los curas fueron alejando cada vez más hasta llegar a decir hoy tímidamente:“creo en Dios, pero no creo en la Iglesia”. Están allí los jóvenes que no soportaron más el aburrimiento de las celebraciones litúrgicas; los que les pareció un sin sentido la “virginidad hasta el matrimonio”; los jóvenes homosexuales obligados a un celibato sin opción y a un clandestinaje indigno; los que se pelearon con el párroco-patrón de la capilla cuando ya por personalidad cabía un mayor protagonismo; por último, los que encontraron en los movimientos políticos y sociales un motivo mayor de esperanza y acción transformadora que la ayuda fraterna de la pastoral. 

Pero tampoco están aquellos que duelen más aún por ser los preferidos de Jesús: los que no pudieron  llegar a la Iglesia buscando protección o, llegando, no la encontraron. Los jóvenes más magullados por la vida, los que estaban en Río pero durmiendo en los túneles mientras los peregrinos volvíamos de las misas. Los que rezan a la virgen antes de salir a robar y encontraron más protección en los narcos que en la capilla. Los jóvenes de los Sename del mundo y los que están en las cárceles con todos los presos pobres. Estos son probablemente “la” juventud del Papa y de seguro, “la” juventud del Dios cristiano. 

¿Llegarán a la próxima JMJ los rebeldes y los más heridos? ¿Quién tendrá que cambiar para ello? ¿Los jóvenes o la Iglesia?

Relacionados