Por Camilo Feres Julio 11, 2013

En 2006, la chispa de un conflicto por la entrega del pase escolar terminó encendiendo la llama de la rebelión que dio origen a la revolución pingüina, cuya inserción en la agenda pública y política devino en lo que hoy denominamos movimiento estudiantil. Desde entonces, la educación se ha resistido a pasar a un segundo plano y los “movimientos sociales” se rehúsan a dejar las calles hasta que algo del poder que concentran los accionistas principales de la transición cambie de mano.

Por estos días, en tanto, la  brisa de la derrota electoral encendió las brasas del soterrado conflicto entre los tres actores principales de la derecha y al calor de esta fogata se congregó un grupo transversal de parlamentarios para guitarrear una canción que terminará siendo el epitafio del sistema electoral binominal. Desde ahora, las reformas políticas se instalarán en el centro del debate y los efectos de esta nueva tonada no se detendrán, probablemente, hasta que la altanería del presidencialismo-partidismo imperante ceda, al menos, una parte de sus privilegios.

Ciertamente, una parte importante de lo que está sucediendo con el acuerdo liderado por la mesa de RN se explica por rivalidades y “hachitas por afilar” que “don Carlos”, su presidente, mantiene con la UDI y La Moneda en igual proporción. Pero no es sólo esta cuenta por cobrar la que sustenta el fenómeno.

Contribuye también, qué duda cabe, el que Andrés Allamand se levantara de la derrota con más ganas de cobrar revancha que de mantenerse prisionero de esa especie de síndrome de Estocolmo que lo liga a una derecha que no ha desaprovechado oportunidad para espetarle su desconfianza e incluso desprecio.

Sin embargo, la explicación del movimiento largo, más lento y además más profundo que hoy asoma en el acuerdo de los senadores debe buscarse también en temores perennes y más arraigados en la clase política nacional. Nuestros senadores son, salvo excepciones, tributarios de una tradición partidocrática de larga data y no es casual que la base del acuerdo que hoy suscriben también en el PS tenga su origen en los dos frutos distintos del mismo tronco conservador: RN y la DC que son, también, los principales derrotados de la última primaria.

Durante años, la defensa del modelo se ha sustentado en la lógica de no perforar “ni con la punta de un alfiler” el diseño implementado por la dictadura para organizar política, social y económicamente al país. Durante años, esta tesis se impuso por una mezcla de conveniencia, realismo político y cálculo de costos y beneficios. De esta lógica de conservación ha sido precisamente el Senado la expresión más elocuente.

Hoy, sin embargo, el atrincheramiento de la UDI como oferta política no concita, autónomamente, las mayorías necesarias para sustentarse electoralmente, y la oferta de figuras que se candidatean para la presidencia del país comparten el genotipo del caudillo: son más persona que partido, más empatía que doctrina y más pragmatismo que tradición. Así, con esta amenaza en ciernes y con ventajas políticas de corto y largo alcance, era cosa de sumar y restar.

Pero así como el acuerdo de manos alzadas por la educación agudizó las demandas del movimiento estudiantil, la ronda de los senadores podría aumentar la presión por legitimidad, participación y representatividad para con el sistema político. Según parece, se abrió la temporada de conejos.

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