Por Sebastián Cerda, economista Junio 27, 2013

El actual debate tributario es un rehén de la clase política, con muy poco de evidencia técnica  y mucho de ideología. Ninguna sorpresa en eso, es lo obvio de esperar en época de campañas. Lo que verdaderamente sorprende es lo poco de original y local que tiene el actual estado de la discusión.

Una reforma tributaria para avanzar en equidad y mejorar la distribución de los ingresos es el centro de la lucha ideológica que por largo tiempo sostienen, por ejemplo, republicanos y demócratas en los EE.UU. Una prueba de esto es un reciente trabajo de Greg Mankiw, profesor de Economía en Harvard, con el sugerente título de Defiendo al 1%, en referencia al porcentaje más rico de la población. Este trabajo -pronto a publicarse en una revista especializada, pero que ya circula en versión electrónica- está compuesto de una serie de reflexiones sobre la desigualdad de ingresos y el uso de la política tributaria como herramienta para reducir dicha desigualdad. De manera muy poco sorprendente, tiene muchos de los elementos del debate criollo desatado luego del anuncio de reforma tributaria de la candidata Michelle Bachelet. Tal propuesta, al obligar a pagar los impuestos personales de los dueños de empresas en base devengada y no sobre las utilidades retiradas, impone una carga tributaria más alta sobre los más ricos, a pesar del anuncio de reducción de la tasa pagada por el tramo más alto de ingresos.

Mankiw tiene una reflexión muy interesante sobre este punto. Existe una proporción de desigualdad asociada al éxito de ideas innovadoras y de gran valor para la sociedad. Steve Jobs era una persona extremadamente rica porque tuvo ideas para productos geniales que todos hoy valoramos. Por lo tanto, es natural que personas como él sean desigualmente ricas. No tiene sentido castigar y desincentivar esa clase de éxito por la vía tributaria. Lamentablemente, éste es hoy en Chile un elemento ausente. Más bien el tono del debate tiene un sesgo, en mi opinión, en el que implícitamente se asume que la desigualdad es una consecuencia de empresarios codiciosos y ventajistas siempre en la búsqueda de ganar más allá de lo que les corresponde. Puede ser, pero Mankiw, al observar la evidencia en los EE.UU., tiene una hipótesis bastante más razonable para explicar la creciente desigualdad de las décadas recientes. Los cambios tecnológicos han generado un incremento en la demanda por trabajadores calificados, lo que naturalmente incrementa los ingresos de estos últimos y la brecha con la población menos preparada. Éste es un problema de oferta y demanda por educación que se soluciona con más y mejor educación, y no necesariamente con reformas tributarias.

No quiero ser injusto aquí porque se habla mucho en campaña de destinar los nuevos recursos tributarios a mayor gasto en educación que, en todo el espectro político, se ha identificado como la verdadera solución al problema de la injusticia social.

En cualquier caso, si aprendemos de las economías más avanzadas, el mayor peligro del debate tributario en Chile no está en una falsa dicotomía entre más impuestos y más y mejor educación. Por el contrario, las alzas de impuestos en el mundo desarrollado sí han estado concentradas en los tramos de ingresos más altos, pero no han sido acompañadas por mejoras en la calidad de la educación, sino por crecimientos de los estados benefactores que entregan transferencias a los tramos más bajos de ingresos, a cambio de nada. Uno de los pocos consensos de la profesión económica es que la gente reacciona a los incentivos. Las reflexiones de Mankiw me llevan a pensar que, en lo que hoy se discute en campaña política, hay poco del camino apropiado para la reducción de la desigualdad social.

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