Por Gabriel León, académico UNAB Junio 20, 2013

“Transgenic  2025, Sauvignon Blanc, Valle de Colchagua. Un vino delicioso, crujiente, translúcido y de un brillante fulgor verde fosforescente que brilla en la oscuridad. Seco, mineral y con notas de mangos y  gardenias. 94 puntos en la edición 2031 de la guía Descorchados. Una obra maestra de la biotecnología sibarita”. Claro, quizás sea sueño imposible. Un vino transgénico es una imagen culturalmente prohibida. Temida por las masas. La tecnología de las últimas décadas nos provoca desconfianza, terror. Extrañamente,  las técnicas pseudocientíficas del siglo XIX son profusamente publicitadas en muchas etiquetas. Cultivos biodinámicos, desarrollados  por el famoso pensador esotérico Rudolf Steiner, y que incluyen el uso de la astrología, de la energía de cristales, de prácticas homeopáticas y de rituales diversos, son símbolos de nobleza y progresismo para muchos amantes del vino, capaces de pagar altos precios por una botella. La tecnología de punta, en cambio, está llena de mitos, historias conspirativas y desconfianza. 

No es extraño que tengamos miedo a lo nuevo. A lo desconocido.

Por estos días, la discusión de leyes sobre el derecho de propiedad intelectual en el desarrollo de nuevas variedades vegetales puso a los transgénicos nuevamente en el ojo del huracán. Pero pareciera que los transgénicos fuesen más bien víctimas de una guerra que involucra posiciones políticas, intereses de grandes empresas y una dosis enorme de ignorancia científica. Después de todo, el hombre lleva 10.000 años modificando variedades vegetales y animales para su beneficio a través de la selección artificial, método de modificación genética mucho más impredecible que la moderna ingeniería genética.

Está claro que cualquier cosa nueva que queramos tragarnos debe pasar por una importante fiscalización. Esto es cierto tanto para los jugos en polvo, los medicamentos o los vegetales. Métodos tradicionales de cultivo han producido especies totalmente nuevas. El kiwi, por ejemplo, es un invento del siglo XX que surgió de la agricultura tradicional, y que provoca reacciones alérgicas en algunas personas. Existen casos de desarrollo de variedades de papas que han resultado con una concentración anormalmente alta de toxinas y han tenido que ser retiradas del mercado. Y seguimos hablando de agricultura tradicional. La misma que ha creado variedades nuevas de frutas y verduras, con cambios que, contrario al mito, son más inesperados y profundos que lo que ocurre con los transgénicos.

Lo esencial es que la investigación científica puede ayudarnos. Que el no hacer, el prohibir, el aducir el “principio precautorio” puede tener sentido en algunos casos, pero el dejar de hacer también es una importante acción que traerá consecuencias. Poner el freno a la posibilidad de tener comida más barata, más sabrosa, con menor necesidad de fertilizantes y pesticidas, es una acción que nos puede cobrar la cuenta. ¿Otra copa de Transgenic?

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