Por Mayo 30, 2013

Casualidad o cuestión del destino, mientras la capital y gran parte del país sufrían con las inundaciones y anegamientos producto del último temporal, el mismo día y a la misma hora se inauguraba el pabellón chileno en la quincuagésima quinta versión de la Bienal de Arte de Venecia. En un esfuerzo del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, con el apoyo de la Cancillería, ProChile, Fundación Imagen de Chile y una serie de galeristas locales e internacionales, el pabellón nacional impresionó, con una instalación de Alfredo Jaar, que literalmente inunda la Bienal para limpiarla de sus banalidades y arbitrariedades. Muchos podrán pensar que en momentos de catástrofe no es tiempo para este tipo de alegorías, o que el arte en Chile aún es un lujo lejos de la urgencia, pero si el arte no es urgente, entonces no es arte. Más aún en un momento en que la identidad nacional está siendo fuertemente cuestionada por las fuerzas de la globalización y la cultura de consumo. Este sentido de urgencia es precisamente lo que hace de la muestra chilena en Venecia una de las más potentes y relevantes de los últimos tiempos.

En palabras de la crítica Adriana Valdés al ver la instalación “Venezia, Venezia” de Jaar, el espectador podría reclamar que Chile no está presente en el pabellón. A diferencia de lo esperable de una muestra nacional, el pabellón chileno presenta un espacio neutro, monumental, donde se despliega un enorme puente de acero al centro del cual se ubica un estanque de acero de 5 x 5 metros, con un extremadamente detallado modelo a escala de la propia Bienal, rodeado de agua tan turbia como la de la laguna veneciana. A los pocos segundos, este comienza a hundirse lentamente, o inundarse hasta desaparecer en la turbiedad del estanque. Luego de una tensa espera, que obliga a los espectadores a una incómoda y cada vez más escasa pausa en medio del ruido visual de la Bienal, lentamente el modelo comienza a emerger, produciendo toda suerte de remolinos, corrientes y desplazamientos de masas de agua para nuevamente erigirse como el repositorio del arte mundial.

Los jardines y pabellones nacionales que año a año pretenden representar el “estado del arte” mundial emergen de las turbias aguas como símbolos de una nueva oportunidad, esa que por tanto tiempo se le ha negado al arte latinoamericano, y particularmente al chileno en estas lides.

No es casual que sea precisamente Alfredo Jaar, uno de los artistas chilenos más reconocidos y el primer latinoamericano que jamás haya expuesto en la centenaria Bienal, quien esté a cargo de esta crítica tan directa al establishment de los anfitriones. En palabras del propio Jaar, la instalación es un “llamado melancólico a pensar en cómo la cultura actual, compuesta por la complejidad de las redes globales, puede ser adecuadamente representada en la escena mundial, examinando la capacidad de las rígidas y divisorias estructuras actuales de la Bienal para adaptarse al estado transnacional de la cultura contemporánea”. En este contexto, pese a no haber alusión alguna a Chile, “Venezia Venezia” es probablemente el más chileno de los pabellones que podríamos tener, así como Alfredo Jaar, pese a llevar más de tres décadas viviendo fuera de Chile, se siente y presenta como el más chileno de los artistas.

A la muestra del pabellón se suma además el trabajo de otros artistas nacionales tan destacados como Jorge Tacla y Patrick Hamilton, así como la joven dupla Joaquín Cociña - Cristobal León, y Cristián Silva-Avaria, quienes participan en una serie de muestras paralelas, y que dan cuenta del espesor y calidad del arte nacional más allá de los nombres consagrados.

Al cierre de este posteo, el jurado de la Bienal deliberaba respecto al país merecedor del León de Oro y cuando usted lea estas líneas ya habrá un ganador inscrito en la historia del arte contemporáneo. Si bien es rumor a viva voz que Chile debería estar entre los posibles ganadores, su cuestionamiento a la banalidad de la Bienal, desde adentro de la propia estructura de esta hace irrelevante si se gana o no el premio. A estas alturas, gracias al trabajo de Jaar y los artistas chilenos, hay un antes y un después en la manera de enfrentar la Bienal, abriendo un espacio para que tomemos conciencia de lo importante que es el arte en un país que, desde lejos de todo, pretende llegar al desarrollo.

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