Por Juan Cristóbal Peña Mayo 2, 2013

En algún momento de los años 80 se publicó en Chile un libro desopilante. La hinteligencia militar tenía todas sus hojas en blanco, a excepción de una nota aclaratoria que señalaba que “la presente obra procede de manuscritos tan antiguos como apócrifos, encontrados casi por azar en los subterráneos del Faro Evangelistas”. Pues bien, esa edición representó como ninguna la imagen que proyectaba el hombre que conducía el país en esos tiempos. Uno que admitió leer quince minutitos al día, antes de dormirse, y que alguna vez dijo, no se sabe si en broma o en serio, que admiraba a los señores Ortega y Gasset. 

Ése era Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, militar en apariencia básico y ramplón, de una vaguedad exasperante. Pero también, de paso, un militar que en secreto, sin alardes públicos, se hizo de una formidable y millonaria colección de libros patrimoniales. Que mucho antes de asaltar el poder, y por veinte años, fue profesor de la Academia de Guerra y autor de textos de historia, geografía y geopolítica que tuvieron alguna repercusión más allá de los círculos castrenses. Uno de ellos, incluso, en 1955 fue recomendado por el Ministerio de Educación como material de lectura en los colegios.

Pinochet fue entonces un intelectual oculto y de pretensiones que, temo, supo más de lo que aparentaba saber y se empeñó en hacernos creer algo distinto de lo que era. Lo de los lentes oscuros no fue por onda. Los comenzó a usar inmediatamente después de egresar de la Academia de Guerra, con las lecciones bien aprendidas, en los días en que subrayó en uno de sus libros las impresiones sobre el almirante Friedrich Von Ingenohl: “Resulta difícil adivinar su pensamiento íntimo, pues no descubría jamás sus planes a los ojos de los demás de manera abierta”.

Explorar la cabeza de un hombre que practicó el juego de la simulación no es cosa fácil. Más para quienes crecimos bajo su sombra. Sus propios adeptos nos quisieron convencer de que era mejor olvidarlo. Y ese discurso le vino muy bien a la clase dirigente que lo reemplazó en el poder. Hastiados de su tóxica omnipresencia, pero esencialmente rendidos ante la evidencia de que el general se había salido con la suya, comenzamos a olvidarlo, a obviarlo, aunque inevitablemente su espectro emergía cada tanto.

Con esta historia a cuestas -y a partir de un reportaje publicado en Ciper-, comencé a trabajar en un perfil intelectual sobre el personaje. Interrogué testigos, revisé documentos y leí libros de Pinochet y los militares de su época. De todo eso, tras cinco años de trabajo, resulta un libro que procura desentrañar los misterios del general.

Pinochet pudo saber y entender más de lo que se le v ha supuesto. Pudo incluso ser más listo. Pero también, en el campo académico e intelectual, se comportó como un perfecto bribón. Le plagió a su profesor y mentor en la Academia de Guerra y borró de la memoria a quienes le hicieron sombra. Una mezquindad que, más que sorprender, debiera sonrojar a quienes lo admiraron.

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