Por Camilo Feres Abril 18, 2013

© Agenciauno

La agenda política continúa “tomada” por los efectos de la llegada de Bachelet. Su persistente liderazgo comunicacional, sumado al hasta ahora incontrarrestable buen rendimiento de su opción presidencial en las encuestas, tienen a nuestra clase política sumida en la bipolaridad. Con honrosas excepciones, la mayoría de los actores políticos hoy se prueban o desechan -según sea el caso- la banda presidencial.

Y mientras esta bipolaridad se expresa en un inusitado orden en las filas opositoras, donde la única duda es cómo y cuándo convergen los distintos proyectos y precandidaturas, en tanto que en el oficialismo la situación parece ser algo más compleja. Aun cuando, como es previsible, existen distintas aproximaciones respecto del futuro electoral del sector, en la centroderecha no asoma nadie aún que hable de la posibilidad de un triunfo. Los más optimistas hablan de una elección competitiva, mientras que los pesimistas sólo atinan a hacer llamados de alarma para salvar los muebles ante la catástrofe que se avecina.

Contrario a lo que se anunciaba hace algunos meses, el retorno de Bachelet no ha amainado la sensación de invulnerabilidad que había hasta antes de su llegada y la internalización de una derrota en el oficialismo ya se está haciendo sentir: el gobierno parece más preocupado de un eventual retorno de Sebastián Piñera en 2018, mientras que los candidatos del sector han corrido suertes dispares, pero con rendimientos igualmente insatisfactorios si se los evalúa en un contexto político electoral mayor.

Empatado o no, Allamand ha mostrado un segundo aire, que lo mantiene con sensación al alza; sin embargo, este rendimiento no ayuda a contrarrestar la percepción de orfandad de candidatura que habita al sector. Peor aún, el relativo buen rendimiento de la carta de RN sigue estando más ligado al mal desempeño de su contendor que a un descollante despliegue propio.

Por otra parte, como sucedía en vísperas de su ratificación como candidato UDI, Golborne ha despertado nuevamente las aprensiones de un no despreciable grupo en ese partido. Sus principales atributos: competitividad y popularidad -que se usaron como fundamento de su opción en desmedro de otras figuras del partido-, están hoy en entredicho, más que por las cifras en las encuestas, por su pobre rendimiento en las apariciones públicas en los últimos meses. Al otrora campeón de la sonrisa se le ve falto de chispa, fuera de tono y, lo que es peor -al menos para la TV-, calzando una camisa francamente incómoda en lo relativo a sus posturas y convicciones.

Así las cosas, con una derecha históricamente reacia a convivir con la incertidumbre, es razonable comenzar a especular con la apertura de una nueva temporada de caza. Mal que mal, en muy pocos meses en el oficialismo se han cambiado sucesivamente las consignas, pasando de la necesidad de elegir al mejor candidato para competir con Bachelet, luego al mejor candidato para no perder el Congreso, y hoy a la simple necesidad de tener un candidato. Con este ritmo de declive, es cuestión de tiempo para que alguien se asome a decir “hablemos en marzo”… Pero de 2017.

 

Relacionados