Por Camilo Feres Marzo 28, 2013

Por la escasa profundidad habitual del debate político, las primarias terminaron convirtiéndose en la bala de plata para lograr mayor democratización e inclusión política. Ahora, negarse a ellas es casi sacrílego y al invocarlas se espera mucho más de lo que éstas, por sí solas, son capaces de conseguir. Y si bien los beneficios de dirimir cupos con mecanismos abiertos y participativos resultan evidentes, la incomodidad del sistema político para adaptarse a esta realidad se hace cada día más patente.

Así, de derecha a izquierda hoy surgen voces con diagnósticos alambicados que concluyen en la necesidad de evaluar si son o no necesarias las primarias en el actual estado de las cosas. Algunos son argumentos meramente formales, del tipo “la ley no es muy clara”; otros utilitarios, del tipo “no nos convienen” y también los hay climáticos, como que la confrontación tensiona los ánimos de forma “artificial”.

En la derecha fue Longueira quien detonó los cuestionamientos al mecanismo en lo que toca a la definición presidencial (más como desafío que como análisis), mientras que Carlos Larraín ha hecho lo propio en lo que respecta a las primarias parlamentarias, relativizando la negociación de su partido con Evópoli para permitir que independientes compitan por cupos RN.

En la Concertación, en tanto, la principal afectada por el escenario actual es la Democracia Cristiana, que hoy está partida en dos. Tal como lo graficó la reciente elección directiva, en el partido conviven dos grupos casi equivalentes con una aproximación opuesta a la coyuntura de primaria presidencial y definición parlamentaria.

Para una parte de la DC, la opción de concursar en primaria con un candidato propio ha significado una sola cosa: perder un aliado clave. En efecto, para esta porción del partido, la aventura presidencial de Orrego los está obligando a dejar de lado la alianza privilegiada con el socialismo que en el pasado les diera tan buenos resultados electorales. Para esta facción del PDC el orgullo de levantar una opción presidencial no compensa la pérdida de la fortaleza que les prodigaba el entendimiento con el PS y los obliga además -al menos en el papel- a enfrentar a compañeros de lista que correrán sin complejos con la foto de Bachelet mientras ellos deberán buscar fórmulas ingeniosas para incluirla en sus campañas sin desairar por completo a su abanderado propio.

Así, mientras los partidos que tienen un abanderado presidencial común (PS, PPD y PC) dirimen sus chances parlamentarias bajo la antigua usanza de la negociación política, los candidatos de la DC aún no saben si su esfuerzo por ser nominados en sus respectivos cupos asegura el compromiso del partido para con su éxito final o si, por el contrario, serán entregados luego en una eventual negociación de último minuto.

Porque, aunque no suene muy presentable para el gran público, la política es un deporte en el que la mayoría de los contendores se ha acostumbrado a saber el resultado del partido mucho antes de entrar a la cancha. Y ése es un derecho al que no renunciarán de buena gana.

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